Þingvellir, un hermoso parque nacional, se encuentra atravesado por fisuras en las que cada una de las paredes opuestas pertenecen a un continente distinto —Eurasia a un lado, América al otro— y tienen un ritmo de separación que va de los 5mm a los 2 cm anuales. La dorsal atlántica atraviesa toda la isla y es la causante de los temblores de tierra y la expansión continua del terreno.
Vatnajökull, con sus 8100 km², es el mayor glaciar de Europa en volumen. En algunas zonas el espesor del hielo acumulado llega a los 1000m y de él salen varias lenguas glaciares. Una de ellas es la que termina en el lago Jökulsárlón del que hace un par de días publicaba algunas fotografías.
Algunas cascadas, como la de Dettiffoss, evacuan cantidades ingentes de agua, suficiente como para satisfacer las necesidades de una gran ciudad. Por cierto, para los recolectores de anécdotas, en ella se rodó la escena inicial de la película Prometheus.
Y están también los géiseres, y los olores a huevo podrido de las emanaciones sulfurosas, y el casi desierto atormentado y retorcido de los campos de lava, y los furiosos vientos de la península de Snæfellsnes —donde el volcán Snæfellsjökull en el que Julio Verne sitúa la grieta de entrada al interior de la tierra—, y las relajantes lagunas y piscinas de agua caliente y azulada, y...
Si además se lleva en el bolsillo el libro de Auden y MacNeice, un paseo por Islandia puede ser, incluso, una aventura literaria llena de humor y originalidad.