¡La pila! seguro que el fallo era de la pila. Era cuestión de sacarla, cambiarla por otra nueva y problema solucionado.
Miré la parte trasera y vi un pequeño compartimento rectangular, metí la uña en la esquina y se abrió fácilmente dejando ver en su interior una extraña pila de color oro. La saqué de su hueco y me extrañó no ver ningún tipo de maquinaria en el reloj.
Coincidió que al sacar la pila, la radio que tenía encendida se paró pero no le di importancia. Dejé la pila sobre la mesa y al dar la vuelta al reloj vi que en la pantalla aparecía un mensaje: TIME STOP. Las letras eran digitales en color azul y parpadeaban sobre un fondo blanco. Incrédulo miré la pila y el reloj, el reloj y la pila y como no entendía cómo podía seguir encendido me puse a buscar algún que otro compartimento donde encontrase otra pila más obediente. Di varias vueltas al reloj pero no le encontré ningún nuevo hueco.
De repente me di cuenta de que todo estaba en completo silencio, el ruido amortiguado de la calle había dejado de sonar y no se oía absolutamente nada. Me levanté y me acerqué a la ventana. El mayor susto de mi vida se produjo en aquel momento. La gente que habla de un susto horroroso no ha vivido lo que yo experimenté aquel día al mirar por la ventana. Todo estaba parado, los coches, los peatones, el mundo, al menos el que se veía desde mi ventana, había dejado de girar, hasta una inmóvil paloma se encontraba suspendida en el aire a menos de cinco metros de mi ventana. Me puse a gritar y a pellizcarme, tenía que ser una pesadilla, empecé a dar vueltas por la casa y la angustia fue aumentando. Corrí a la radio y aunque estaba encendida no emitía ningún sonido, entonces fui a la sala, cogí el mando de la televisión y lo pulsé desesperado con la esperanza de oír alguna noticia que me explicase aquello y me quitase el pánico del cuerpo. La tele tampoco funcionaba. Volví a la cocina y encendí el microondas. Tampoco. Nada. Nada funcionaba. Decidí bajar a la calle para buscar alguien en mi situación y al darme la vuelta para hacerlo me fijé en el reloj. Seguía parpadeando. Era lo único "vivo", lo único que seguía funcionando. Algo me dijo que aquel reloj era el causante de todo. Había dos cosas inexplicables, la primera que el mundo se hubiese parado y la segunda que el reloj no. Alguna relación tenía que haber entre los dos sucesos. La frase del chino volvió como un relámpago a mi cabeza: "No uses mal el tiempo o el tiempo te usalá a tí”. No tenía muy claro lo que significaba, pero sí que iba a destruir aquel maldito reloj. Ya lo tenía en mi mano para golpearlo contra el suelo cuando el brillo de la pila llamó mi atención, tenía un brillo cegador, un brillo que me hizo entrecerrar los ojos al cogerla. Noté un calor extraño que antes no había percibido y sin pensarlo giré el reloj y le volví a introducir la pila. Una décima de segundo antes de hacerlo ya sabía lo que iba a pasar y efectivamente pasó. El reloj y la tele empezaron a sonar y percibí alborozado el ruido de la calle. Corrí a la ventana y al ver todo en movimiento exhalé un suspiro de alivio. Me volví a pellizcar con fuerza para desterrar lo del sueño pero sólo conseguí enrojecer mi brazo. Me senté en el sofá y pasé un par de horas girando el reloj en mi mano. Mi mente giraba a la misma velocidad, lentamente al principio, cavilando, sopesando el miedo y mucho más deprisa al final según una disparatada idea se iba abriendo camino. Para cuando me quise dar cuenta la brillante pila volvía a estar en mi mano y el horrible silencio en mi cabeza. Esta vez tarde sólo un par de segundos en volver a colocar la pila en su sitio y el mundo en su giro. Guardé el reloj en el cajón del anillo y me tomé dos vodkas de trago. Lo llamaba el cajón del anillo porque era lo único que contenía, un anillo, un extraño anillo de mujer que encontré en una peña de fútbol. Era un anillo de oro con una gran S en color rojo ardiendo entre llamas.
Un anillo así tenía que pertenecer a una fascinante mujer y aunque no sabía el porqué, siempre supe que algún día conocería a su dueña.
Mientras llegaba ese momento el reloj lo acompañaría. Lo inexplicable es que al abrir el cajón y ver el anillo percibí que era el único sitio de la casa donde podía guardarlo. Algo me decía que debían estar juntos.
Durante dos semanas el reloj permaneció en aquel cajón. Abría el cajón un par de veces todos los días. Cogía el reloj en mis manos pero el miedo que había experimentado bloqueaba de tal manera mi mente qué no sabía que hacer con él. A veces un pequeño resquicio de lucidez hacía que la opción de destruirlo ganase enteros pero cuando maduraba cómo hacerlo algo me lo impedía. Era como el anillo de Golum, una mezcla de miedo y poder que hacían que la decisión de desprenderme de aquel maldito artilugio se fuese demorando.El destino quiso que un banco tuviese la culpa (la culpa siempre es de los bancos) de que lo volviese a usar. Me habían denegado un atraso en el pago de la hipoteca. Llevaba 18 años con el mismo banco, nunca me había quedado al descubierto, había pagado religiosamente cuatro préstamos, tenía dos tarjetas de crédito, un plan de previsión, un seguro de hogar y una hipoteca que me ataba a ellos como la miel a las diablesas. Después de una estéril discusión con el director del banco, con mi nómina congelada por efecto de la crisis y con la empresa donde trabajaba al borde de la quiebra coincidió que al salir del banco y pasar al lado del mostrador vi una pequeña maquinita que contaba a una velocidad endiablada billetes de 50. Mi odio a los bancos y la desesperación que sentía hicieron que al ver aquellos billetes el reloj volviese a mi mente esta vez con mucho menos temor y mucha más determinación. En una hora estaba de vuelta en el banco con el reloj y unos guantes de látex dentro del bolsillo del pantalón. Cuando estaba a punto de llegar al mostrador del banco metí la mano en el bolsillo y palpando la superficie del reloj encontré la rendija y con la uña saque la tapa, luego le tocó el turno a la pila, me sudaba la mano y el reloj se me resbaló un par de veces pero al siguiente intento conseguí extraer la pila. Me asusté casi tanto como la primera vez y permanecí parado en la cola durante un par de minutos valorando la situación. Tener varias personas al lado totalmente inmóviles me aterraba pero no podía echarme atrás. Una televisión de plasma que momentos antes emitía anuncios del banco se había apagado y a través de la cristalera podía ver los coches detenidos en medio de la carretera. Salí de la cola y al hacerlo toqué sin darme cuenta el brazo de una chica que tenía delante. Era normal. Tacto normal. Color normal. Todo normal dentro de la anormalidad reinante.