sábado, 22 de abril de 2023

EL AMANECER DE TODO

Ejemplar de la biblioteca de Aiete.
No sé si el libro puede asustar con sus casi 850 páginas. Para quien el número de páginas sea un problema conviene advertir que en realidad no son tantas. El texto propiamente termina en la 643. El resto son unas voluminosas notas (93) y una desproporcionada bibliografía (73), más un necesario índice temático y un listado de mapas y figuras, y los consabidos agradecimientos.

A mí, en cualquier caso, lo que más me ha asustado después de haberlo leído es la pretensión del subtítulo, Una nueva historia de la humanidad. Bien está que quienes escriben y publican quieran vender libros. Lo que no me parece tan bien es el engaño, menos aún en algo que se presenta como una investigación académica. Dejando a un lado las intenciones publicitarias del título, aquí nadie va a encontrar una nueva historia de nada. Sí, una interpretación peculiar de algunas épocas del pasado de la humanidad sobre las que se pretende arrojar una luz que de momento no es posible arrojar por la sencillísima razón de que carecemos de evidencias documentales suficientes para poder inferir si las comunidades de hace 10, 15, 20 o 25 mil años eran más libres e igualitarias de lo que son las sociedades occidentales actuales. Pura especulación.

Curiosa es también la interpretación que achacan a quienes estudian la historia social y del pensamiento. Dan por sentado que aquella hipótesis que manejaba Rousseau en su Discurso sobre el origen de la desigualdad en la que se hablaba de una sociedad igualitaria y bondadosa por naturaleza no la entienden como una hipótesis del ginebrino para defender su tesis acerca de la desigualdad, sino como un hecho. Esto, cuando menos, resulta sorprendente, porque los autores no son un par de alumnos de secundaria que acaban de descubrir el mundo. Es más, entre la apabullante bibliografía que citan hay infinidad de textos que desmienten lo que afirman. 

Otra cosa bien distinta son las opiniones y creencias populares en torno a expresiones como revolución neolítica o sobre el ascenso y la caída de los imperios. Pero que alguien piense en la calle, por ejemplo, que el proceso de transformación de una sociedad nómada, cazadora y recolectora en una sociedad más o menos sedentaria, urbana y agraria se llevó a cabo en unos pocos años porque aparece la palabra revolución no es algo que afecte a la investigación, sino al imaginario social. 

Interesante, muy interesante, en cambio, me parece ese afán que demuestran ambos por incitar a quienes se dedican al estudio de la historia a que se planteen preguntas mejores, o a que examinen más críticamente muchos aspectos de las costumbres sociales del pasado, de la organización administrativa y política de tiempos remotos, o a que reexaminen las interpretaciones que se han ido admitiendo sobre un hecho después de algún ensayo brillante que parece poner fin a lo que sabemos. 

Lo que no me parece de recibo es buscar la solución al problema de la desigualdad, la injusticia o el desarrollo democrático en el estudio del pasado. Eso no se consigue reinterpretando hechos con una falta notoria de evidencias, sino mediante el diálogo y el acuerdo entre los grupos y las personas que conforman (conformamos) la sociedad actual. Lo demás es mito y fabulación, cuando no ganas de tergiversar y confundir.

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