Editorial |
Ejemplar del KM |
Dante no era el primer poeta en percibir la poesía como una herramienta de conocimiento. Es más, estoy convencido de que toda persona que se dedique a la tarea de escribir poesía sabe que, de una u otra manera, está ofreciendo una explicación... de alguna parte de la realidad. Otra cosa era la discusión que tuvo como protagonistas a Aleixandre y Bousoño por un lado y a la generación del 50 por otro, sobre cuál era o debía ser el elemento predominante en el género, si la comunicación o si el conocimiento. Pero no me refiero a eso. Dante, tampoco.
Se ha dicho y escrito muchas veces que su obra magna, la Comedia, es el mayor compendio de los saberes de la época. Aunque convendría recordar que la época se ceñía a mucha teología y poco más. Ciertamente, Dante era un lector atento de Tomás de Aquino, pero ni tan siquiera pudo leer a Ockham, porque para cuando este empezó a publicar sus obras importantes, el poeta ya había fallecido. En cualquier caso, más interesante que la concepción del mundo —muy pegada al dogma cristiano— que aparece en la Comedia, me parece la que se deriva del resto de su obra poética. Por lo menos, es más humana.
Las Rimas, Libro de la canciones o Cancionero —que de las tres maneras aparecen, según se quiera enfatizar o no su coherencia como poemario—, leídas con cierto detenimiento, nos ofrecen el pensamiento del autor, sus miedos y su percepción un tanto pesimista de la época en la que vivió; pero, por encima de todo, nos están sugiriendo esa concepción del mundo en la que se persigue la unificación de la Verdad, la Bondad y la Belleza por medio del Amor. Esa concepción, más platónica que aristotélica, le conduce a una idea de la organización social, comunitaria, regida por los dictados de la amistad, ahora sí, de raíz aristotélica (Ética a Nicómaco).
Ese era el deseo. La realidad era otra: enfrentamientos entre güelfos y gibelinos, exilio, falta de fe, abierta misoginia en el ambiente y una percepción de la belleza física como origen de todos los males del amor:
Ved cómo ya concluyo mi argumento:
no debe creer aquella
que la hermosura un bien
considera, por estos ser amada;
mas si belleza un mal
entendemos, entonces sí se puede,
llamando amor de fiera el apetito.
¡Perezca esa mujer
que su belleza aparta
de natural bondad por tal creencia,
o cree el amor ajeno a la razón.
[Canción 14, versos 135-147. Traducción Raffaele Pinto].
***
A mí el más extraordinario creador de la lengua italiana no acaba de gustarme, pero si tengo que elegir entre ese canto inconmensurable lleno de fe (y de ajustes de cuentas con sus contemporáneos) y de Beatriz/Virgen María toda espíritu y bondad, y los poemas que nos ofrecen a un hombre abatido y pesimista en los que se intenta argumentar por qué el mundo está como está, prefiero a este último. Me parece más humano, aunque no menos orgulloso.
El traductor, como podréis escuchar, opina de otra manera:
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