
Durante la primera mitad del XVIII el ambiente intelectual y filosófico es, en general, optimista. La razón es capaz de explicar muchas cosas y da la impresión de que la humanidad va a ganarle la partida al pesimismo. Ni tan siquiera se había manifestado el posterior enfrentamiento entre Iglesia y philosophes. Dios estaba presente en todos los instantes y sus criaturas gozaban de una auténtica libertad. El catecismo anuncia a los niños que hay Dios y Newton se lo demuestra a los sabios (Voltaire, Diccionario filosófico). Digamos que uno de los asuntos cruciales de la filosofía y de la religión —el problema del mal— parecía resuelto. Dios es bueno, Dios es omnipotente y el mal estaba muy matizado, pues vivíamos en el mejor de los mundos posibles (Leibniz, Pope, Fénelon). El fanatismo jansenista se encontraba dominado.
Pero en esto va la Tierra y se pone a temblar. Primero en Lima (1746), luego en Lisboa (1755). El mal se manifiesta y Voltaire abandona la candidez anterior para ofrecernos un relato que resulta ser la expresión más cabal del cambio de actitud. Si leemos la novelita como un debate de ideas, podemos reconocer en Cándido a Voltaire y en el maestro Pangloss a Leibniz. Así, la lección que nos ofrece el autor es la siguiente: las enseñanzas de Pangloss/Leibniz no sirven para enfrentarnos con la realidad, el auténtico aprendizaje es el que se desprende de la experiencia, y aunque los argumentos impecables del maestro no llegan a refutarse, se hace necesario abandonar el sueño metafísico que una y otra vez es contradicho por la realidad.
Si la intención del autor fue exponer de forma novelada un profundo debate de la época, Cándido puede leerse con toda ingenuidad y disfrutar de su frenético ritmo narrativo, de la prosa impecable, de los personajes carentes de profundidad psicológica para resaltar mejor la lógica exterior de los sucesos, de la inagotable comicidad de las situaciones por las que pasan el protagonista y su maestro. Al fin y al cabo, el más alto representante de la Ilustración y de la tolerancia ha encontrado en esta obra su mejor portavoz como defensor de una vida reconciliada con el mundo a través de la amistad, la sencillez y el trabajo razonable.
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