Nadie, a no ser que conozca el lugar, puede pensar en la singularidad que este paraje tiene desde el punto de vista histórico. Nadie, a no ser que repare en el cartel que aparece sobre el muro de la casa de la derecha: Source d' Eure. Fuente o nacimiento del Eure. No el afluente del Sena, sino el que nace en Uzès y dio de beber a la ciudad romana de Nemausus. Sí, estas aguas que los ingenieros romanos estimaron especialmente limpias y abundantes como para abastecer a una ciudad de unos 60.000 habitantes son las protagonistas de uno de los más brillantes logros de la ingeniería romana.
Unos 500 metros más adelante, en el sentido del curso del agua, podemos ver el primer vestigio importante de la obra. Rápidamente se ve que era el primer punto para regular la cantidad de agua. Las guías labradas recuerdan que ahí había compuertas para desviar y regular el caudal. Unas marcas en un edificio moderno situado a pocos metros de los restos arqueológicos nos recuerda que mantener la regulación era absolutamente necesario pues las avenidas de agua son relativamente frecuentes en la zona.
Después de disfrutar del estupendo y relajante paraje, cojo el coche y me dirijo hasta el punto más importante de esta conducción de agua con 2.000 años de antigüedad, el Puente del Gard.
Sus 275 metros de longitud y 49 de altura son impresionantes. Es, sin duda, la parte del acueducto más fascinante, la que atrae más gente, la que hizo que fuera declarado patrimonio de la humanidad y la que reporta más beneficios económicos al actual Estado francés y mayor disfrute y solaz a los visitantes que acuden a pasar el día: baño, paseos, canoas, juegos, espectáculos... hacen las delicias de todas las edades.
Quiero llegar al final del camino antes de que la tormenta de verano que parece prepararse me alcance. Después de recorrer el puente por el conducto superior, por donde circulaba el agua, y comprobar por mí mismo la consistencia de la construcción, cojo de nuevo el coche con la intención de encontrar el castellum aquae, el distribuidor de agua de la antigua Nemausus, hoy Nimes, la ciudad que mereció semejante obra.
La lluvia me ha alcanzado, pero es poca cosa y la alegría de encontrar el sitio supera cualquier inconveniente. Hasta aquí llegaban 36 millones de litros de agua al día, 1,5 cada hora. Desde aquí se distribuían a los distintos barrios de la ciudad y desde aquí se destinaban a los diferentes usos. Salto la valla para verlo por dentro. Por desgracia, la foto está ligeramente movida, pero se ven bien los tres agujeros practicados en el suelo. Ahí iban encajados tres cilindros de cinc para evacuar el agua sobrante, una vez atendida la necesidad acuífera de la población. Por esos tres agujeros salía el agua para la limpieza constante del alcantarillado, lo que impedía la propagación de numerosas infecciones.
Más que los números absolutos de la obra —52 kilómetros de recorrido, 2.600 metros de arquerías (eso a lo que llamamos acueducto), 500 metros de túneles, sillares de 6 toneladas— me fascinan los cálculos necesarios para realizarla y la precisión cartográfica de la zona. Todo eso es lo que posibilitó un grado de desarrollo civilizatorio que no volvería a ser alcanzado en Europa hasta bien entrado el siglo XVIII. Es más, conozco muchas localidades en España que no han tenido agua corriente en sus casas hasta el último tercio del siglo pasado. No estaría mal volver a repasar la historia, o simplemente volver a ver La vida de Brian.
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Para saber más: Ingeniería romana.
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