Punto de partida:
La democracia genera por sí misma fuerzas que la amenazan, y la novedad de nuestro tiempo es que esas fuerzas son superiores a las que la atacan desde fuera. Luchar contra ellas y neutralizarlas resulta mucho más difícil, puesto que también ellas reivindican el espíritu democrático, y por lo tanto parecen legítimas (p 10).
Ese es el meollo de la cuestión y el motivo por el que resulta tan complicado hacer que la democracia levante cabeza. El enemigo está dentro de la familia y, además, no solo está convencido de que no lo es, sino que cree que es él el mayor defensor de la misma.
Tzvetan Todorov (1939-2017) nos ha dejado una buena colección de títulos que, como buen intelectual que era, recorren de forma elegante y clara temas tan variados como la literatura, el arte, la historia, la sociedad, la política, la filosofía... En este se ocupa de analizar lo que el título indica. Es de 2012 y posee para un europeo el atractivo de la más estricta actualidad.
Si el título es exacto recogiendo el contenido, la presentación que aparece en la contraportada es tan precisa como el título; realmente informa sobre lo que nos vamos encontrar dentro. Tomo de ella estas líneas: Todorov argumenta que nadie pone tanto en peligro la democracia como tres tendencias crecientes en el mundo occidental, empezando por Estados Unidos: el mesianisno (...), el ultraliberalismo (...) y el populismo y la xenofobia.
El autor comienza su análisis a partir del debate doctrinal entre Pelagio y Agustín de Hipona y que no desvelo para no quitar al lector el placer de descubrirlo —si es que no lo conoce—, y cómo el remanente fundamental del mismo ha impregnado las posiciones sociopolíticas del pensamiento europeo.
El recorrido por los enemigos internos de la democracia —individualismo incluído— es detallado, riguroso y claro, con abundantes ejemplos de lo que más nos atañe: la historia contemporánea. Con eso bastaría para ofrecernos un texto atractivo. Pero Todorov tenía la buena costumbre de ofrecer sus conclusiones y así lo hace en el último capítulo, que cierra con estas palabras:
Todos nosotros, habitantes de la Tierra, estamos hoy implicados en esta aventura, condenados a salir adelante o a fracasar juntos. Aunque todo individuo sea impotente ante la enormidad de los desafíos, no deja de ser cierto que la historia no obedece a leyes inmutables, que la Providencia no decide nuestro destino y que el futuro depende de las voluntades humanas (p 194).
Grandeza de miras la de este pensador que acabamos de perder.
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