Imagen tomada de revistadartes.com Renos nadadores. Escultura sobre colmillo de mamut. Montastruc, Francia. 11.000 a.n.e |
De este hermoso objeto lo ignoramos casi todo, salvo el lugar en que fue encontrado, la época a la que pertenece y que en él están representados un par de renos —hembra delante y macho detrás— cruzando una superficie acuática. Pero no sabemos quién lo hizo ni por qué lo hizo. En realidad, y a pesar de lo que digan algunos manuales escolares, desconocemos cuál era la intención de aquellas personas de hace tan sólo unos pocos miles de años cuando pintaban en las paredes de las cuevas, o tallaban delicados objetos como éste. Ignoramos si tenían una intención religiosa, o chamánica, o totémica, o comunicativa, o propiciatoria, o artística; y seguramente nunca lo sabremos.
A mí lo que me resulta fascinante es ese impulso humano por conocer, esa curiosidad que ha llevado a nuestra especie a estar donde estamos, a hurgar en todos los sitios y a preguntarnos acerca de cualquier cosa, por peregrina que pudiera parecer. Esa necesidad que se da en las mentes más inquietas y gracias a las cuales hoy sabemos de los efectos de la codeína, de la composición de la atmósfera de Júpiter o de la estructura genética de un aminoácido, porque como decía Concepción Arenal, el saber no parece obligatorio sino al que ya sabe. El resto nos conformamos con aceptar lo que nos dicen.
En el caso de los Renos nadadores, igualmente fascinante me parece que podamos saber con absoluta certeza cuándo se hizo, qué clima predominaba en aquel momento en Europa, cuál era la composición genética de la sociedad que lo talló y, sin embargo, no sepamos nada —dejemos aparte conjeturas e hipótesis más o menos plausibles— sobre la función del objeto en cuestión, para qué tallaban piezas tan hermosas como ésta o qué sentido daban a este tipo de representaciones. iInconmensurable la distancia que hay entre el mundo de los objetos y el de la mente humana!
Mientras tanto, quedémonos con el impulso de saber.