#unlibrounpoemaJalil Yibrán o Khalil Gibrán (1883 -1931) fue un libanés exiliado que practicó la poesía, la pintura, la narración y el ensayo. De esta colección que publicó en 1918 entresaco un par de poemas:
EL LOCO
Me preguntan cómo me transformé en un loco. Sucedió así: Un día, mucho antes del nacimiento de nuestros dioses, desperté de un profundo sueño y descubrí que todas mis máscaras habían sido robadas —siete máscaras que usara y adoptara en otras tantas siete vidas— corrí desenmascarado por entre el gentío de las calles , clamando: "Ladrones, ladrones, abominables ladrones".
Algunos hombres y mujeres se mofaban de mí y otros se encerraron en sus casas, atemorizados.
Cuando llegué a la plaza del mercado, un joven desde un tejado gritó: "Es un loco". Miré hacia lo alto, desafiante, el sol besó mi rostro desnudo y mi alma ardió de amor por el sol, y ya no deseé mis máscaras. Y, enajenado, grité: "Benditos, benditos sean los ladrones que robaron mis máscaras".
Así me convertí en un loco.
Y hallé en mis locuras la libertad y la seguridad; la libertad de la soledad y la seguridad de no ser comprendido nunca, pues aquellos que nos comprenden esclavizan algo de nosotros.
Pero no permitas que me enorgullezca demasiado de mi seguridad, pues ni el ladrón en prisión se halla a salvo de otro ladrón.
GUERRA
Una noche, se celebraba un banquete en el palacio. De pronto irrumpió un hombre y se postró ante el príncipe. Todos los invitados detuvieron sus miradas sobre él y entonces vieron que uno de sus ojos faltaba y que la cuenca vacía sangraba. El príncipe inquirió: "¿Qué te ha sucedido?" Y el hombre respondió: "Oh, príncipe, soy un ladrón de profesión, y esta noche, como no había luna, salí a robar el negocio del cambiador de dineros, y habiendo trepado por una ventana, me equivoqué y entre en la tienda del tejedor y, a oscuras, tropecé con el telar y mi ojo fue arrancado. Ahora, oh príncipe, ruego que me haga justicia contra el tejedor".
Entonces el príncipe envió por el tejedor y en su presencia se decretó que uno de sus ojos fuera arrancado.
"Oh, príncipe" —dijo el tejedor— "la sentencia es justa. Es correcto que me quitéis uno de mis ojos. Y, sin embargo, ¡ay de mí!, necesito de ambos para ver los hilos del tejido. Pero yo tengo un vecino, un zapatero, que también posee los dos ojos y para su oficio no son necesarios ambos".
Entonces el príncipe ordenó traer al zapatero, y una vez en el palacio, le arrancaron uno de los ojos.
Y la justicia fue satisfecha.
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