¡Oh dolor y tiempo,
temibles consumidores, lo devoráis todo!
(act I, esc 1)
La acción se desarrolla en la antigua Grecia y, grosso modo, lo que nos cuenta es la historia de dos caballeros, Palamón y Arcite, primos de idénticas querencias y convicciones, que son apresados y encarcelados por Teseo, Duque de Atenas. Desde la celda ven a la princesa Emilia, hijastra de Teseo, y ambos se enamoran de ella. Emilia no tiene claro cuál de los dos le gusta más. La cosa se resolverá en un duelo.
Pero el interés de la obra no reside en el argumento, ni en lo que ocurre en las ciudades rivales (Tebas y Atenas), sino en las palabras y en que Shakespeare siembra, como nos recuerda Bloom, la violencia organizada y el eros en una confusión que no habrá de resolverse, porque el capricho o el azar gobierna cuanto existe. A mí, salvando las distancias, esta obra me recuerda a Babel, la película de Iñárritu, donde todo estaba conectado por el azar.
Ya no queda ni una pizca de glorificación de la guerra. El parlamento de Hipólita, la reina amazona y mujer de Teseo, no puede ser más claro ni más contundente: Hemos sido soldados, y no podemos llorar cuando nuestros enemigos se ponen los yelmos, o se hacen a la mar, o hablan de niños ensartados en la lanza, o de mujeres que han cocido a sus niños —y después los han comido— en la salmuera que lloraron al matarlos (acto I, esc 3).
Tampoco son nada despreciables las alusiones homoeróticas. Habla Emilia: Este ensayo —que toda inocente sabe bien que llega como bastardo del viejo desbocamiento— tiene su fin. Que el verdadero amor entre doncella y doncella puede estar más que en la división sexual. Responde Hipólita: Estás sin aliento. Y este paso tan apresurado es solo para decir que nunca —como a la doncella Flavina— amarás a nadie que se llame hombre (I, 3).
Este paseo por el amor y la muerte, dominado por Venus y Marte, que nos sirve el Shakespeare más maduro y escéptico es una visión poco halagüeña. Si Marte destruye exteriormente, Venus lo hace desde dentro. Solo queda la despedida que nos sirve por boca de Teseo:
¡Oh hechiceros celestiales,
Qué cosas hacéis de nosotros! Por lo que nos faltaba
Nos reímos; por lo que tenemos nos entristecemos; siempre
Somos niños de alguna manera. Demos las gracias
Por lo que es, y dejemos para vosotros las disputas
Que están por encima de nuestras pesquisas. Vámonos
Y comportémonos como los tiempos.
TELÓN