Editorial |
No voy a contar de qué va, porque seguramente ya lo sabréis y porque en Wikipedia tenéis un minucioso resumen en el que siete párrafos dan buena cuenta del argumento. Pero sí puedo argumentar por qué no me ha gustado, cosa que buena parte de las críticas favorables a la película no hacen. Se dedican a la alabanza y se olvidan del análisis.
Como señala Alou en su más que interesante El reverso de la cultura, lo que se nos dice en El caballero oscuro —segunda película de la serie Batman y en la que aparece por primera vez el personaje de Joker— es que vivimos en un mundo corrupto que ni las autoridades pueden enderezar (p 72). Todo el ensayo es una aguda exposición de por dónde se mueve la narración (cine y novela) en estos últimos años y del cómo y por qué camina hacia una subcultura de la derrota. En Joker se da un paso más.
Mientras en la serie de Batman se nos sitúa claramente en un plano fantástico, con su lógica fantástica y su sintáxis propia del género, aunque, bien es cierto, jugando mucho con el plano real, aquí se nos sitúa en un plano mucho más real que fantástico: la ciudad es absolutamente reconocible como Nueva York, la crisis económica en la que está sumida utiliza los rasgos de la crisis que comenzó en 2008, la ambientación de personajes y situaciones no corresponde a una historia situada en el plano fantástico, los elementos narrativos son propios del realismo..., y lo que se nos dice de forma directa es más contundente: la sociedad en la que vivimos es absolutamente insoportable y la única posibilidad es destruirlo todo. Un himno al caos. Puro nihilismo.
Las historias no son inocuas ni tampoco inocentes. Puede haber historias mal contadas y puede haber historias banales por intrascendentes, pero todas transmiten un significado. Todas ofrecen una interpretación del mundo. Todas tienen voluntad de analizarlo. En esta de Todd Phillips el discurso dominante es cuanto peor, mejor. A mí no me gusta ni me interesa el lema y mucho menos lo que representa. Es autodestructivo. Los visionarios, apocalípticos y defensores del caos, tampoco. Por eso no me gusta la película.
Me gustan las historias que son ricas en matices, que ofrecen elementos de reflexión, que no son maniqueas, que se construyen sobre argumentos sólidos y desde perspectivas múltiples. No me importa que el final sea feliz o trágico, lo que me interesa es que me ofrezcan algo más de lo que ya tenía antes de leerlas —o verlas—. Lo que me gusta es que, además de ser técnicamente buenas y estar bien narradas, nos impelan a ser un poco mejores y a construir unas relaciones más justas. Tanto la historia del cine como la de la literatura disponen de múltiples ejemplos; Joker no es uno de ellos, solamente empuja a destruir y, de paso, a criminalizar al enfermo mental.
Debo de ser algo raro.