Para Nerea, que el día de su cumpleaños me contó
que todos los meses de junio ofrece este poema
a sus alumnos para comentarlo en clase.
Alguna vez recuerdo
ciertas noches de junio de aquel año,
casi borrosas, de mi adolescencia
(era en mil novecientos me parece
cuarenta y nueve)
porque en ese mes
sentía siempre una inquietud, una angustia pequeña
lo mismo que el calor que empezaba,
nada más
que la especial sonoridad del aire
y una disposición vagamente afectiva.
Eran las noches incurables
y la calentura.
Las altas horas de estudiante solo
y el libro intempestivo
junto al balcón abierto de par en par (la calle
recién regada desaparecía
abajo, entre el follaje iluminado)
sin un alma que llevar a la boca.
Cuántas veces me acuerdo
de vosotras, lejanas
noches del mes de junio, cuántas veces
me saltaron las lágrimas, las lágrimas
por ser más que un hombre, cuánto quise
morir
o soñé con venderme al diablo,
que nunca me escuchó.
Pero también
la vida nos sujeta porque precisamente
no es como la esperábamos.
Las personas del verbo. Seix Barral.
Un par de años antes de morir leyó este poema en uno de los sitios más adecuados para ser leído: la Residencia de Estudiantes de Madrid. Esa lectura se grabó y se recogió en un disco que por desgracia hoy se encuentra agotado, aunque todavía hay algún ejemplar en librerías de viejo.
Pasada la adolescencia, sus males y sus penares, superada la conciencia del propio cuerpo y del propio yo por la conciencia de que los demás también existen, nos dimos cuenta de que la vida iba en serio.
¡Cuánta lucidez envuelta en palabras sencillas!