martes, 7 de enero de 2020

PEDRO SALINAS, EL DEFENSOR

Editorial
Los cinco ensayos que recoge este volumen bien podrían titularse Elogio de la lentitud, pues en todos ellos se está realizando una defensa de actividades que requieren del sosiego y el amansado discurrir del tiempo. Pero no pretendo cambiárselo ni buscar otro más afortunado, pues me gusta el que tiene, El defensor, y es que aquí se hace una defensa de aquello que Salinas aprecia. Probablemente, si continuáramos su ejemplo, es decir, si practicáramos más la defensa de cuanto queremos y apreciamos y menos el ataque de lo que nos desagrada o nos disgusta, nuestro discurrir diario sería más fluido y placentero.

Defensa de la carta misiva y de la correspondencia epistolar, Defensa de la lectura, Defensa de la minoría literaria, Defensa, implícita, de los viejos analfabetos y Defensa del lenguaje son los cinco trabajos recogidos en este volumen. Aparecieron por primera vez en 1948, en Bogotá, pero fue aquel año el año del bogotazo, y el libro quedó arrumbado en el olvido de algún depósito.

En realidad, los cinco ensayos vienen a insistir en una misma idea: el aprecio y disfrute de cuanto se realiza con calma y con cariño, ya sea esta actividad una conversación, la escritura de una carta —me temo que esta ya se encuentra definitivamente perdida en el tiempo—, la lectura o el uso sosegado del lenguaje y sus múltiples recovecos. Todo el texto es, en definitiva, un elogio de la lectura en sus polifacéticas formas y un canto a la lengua como fundamento de la sociedad y sus mejores virtudes.

No hay duda de que en la palabra cordial e inteligente tiene la violencia su peor enemigo. ¿Qué es el refrán español de "hablando se entiende la gente" sino una invitación a resolver por medio de palabras los antagonismos? Las instituciones creadas para que los asuntos públicos sean regidos por el consenso de muchos, y no por la voluntad de uno, se llaman desde la Edad Media parlamentos, lugar donde se parla o habla (...) Cabe la esperanza de que cuando los hombres hablen mejor, mejor se sentirán en compañía, se entenderán más delicadamente. La lengua es siempre una potencia vinculadora, pero su energía vinculatoria está en razón directa de lo bien que se hable, de la capacidad del hablante para poner en palabras propias su pensamiento y sus afectos. Solo cuando se agota la esperanza en el poder suasorio del habla, en su fuerza de convencimiento, rebrillan las armas y se inicia la violencia (p 334).

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