¡Qué hermoso título para un libro!
Leer a Manguel es siempre un placer por el estilo diáfano con que escribe, porque es un experto lector que nos aproxima la obra de otros escritores con una mirada precisa y siempre sorprendente, y porque es capaz de relacionar ideas que los demás no vemos y transmitirlas por medio de anécdotas llenas de luz.
En este libro reflexiona, como indica en el subtítulo, sobre el universo de la ficción y su reverso, la realidad. Pero mejor que ofreceros mis palabras, os dejo un par de párrafos suyos:
Esta es la paradoja. Por una parte, el lenguaje de los políticos, que pretende referirse a categorías reales, congela las identidades en definiciones estáticas, separa, pero no consigue individualizar. Por otra, la lengua de la poesía y de la ficción, que reconoce la imposibilidad de nombrar con exactitud y de forma definitiva, nos agrupa, a todos y cada uno de nostros, en una humanidad común y fluida, y nos otorga, al mismo tiempo, identidades que nos revelan a nosotros mismos (pag. 39).
Los relatos pueden ofrecer consuelo frente al sufrimiento y palabras para dar nombre a nuestras experiencias. La ficción puede decirnos quiénes somos y qué son esos relojes de arena a través de los cuales nos deslizamos, y puede también sugerirnos formas de imaginar un futuro que, sin exigir un final feliz, pueden ofrecernos alguna manera de permanecer vivos, juntos, en esta tierra maltratada (pag. 181).
Son sólo dos ejemplos y están sacados del contexto, pero creo que pueden ser suficientemente indicativos del tema del libro (por el que desfilan Casandra, la historia de Gilgamesh, El Quijote, la necesidad de utilizar una lengua para poder convivir, la torre de Babel e incluso el famoso ordenador HAL de 2001, una odisea en el espacio) y del estilo del autor.
Feliz lectura.
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