Se dice que solamente las grandes figuras son capaces de realizar verdaderos cambios de estilo sin perder la calidad de su expresión y su escritura. En castellano podemos recordar a Neruda, Lorca o Alberti. Los tres realizaron grandes giros estilísticos en su producción literaria sin que esta se resintiese. Louise Glück también ha producido un notable cambio en su expresión con respecto a títulos anteriores, aunque no tan radical como los de Lorca (Romancero-Poeta en Nueva York), Neruda (Veinte poemas-Residencia en la tierra-Canto general) o Alberti (Marinero en tierra-Sobre los ángeles-A la pintura).Sea como fuere, Una vida de pueblo supone un salto importante desde la escritura más descarnada anterior a esta forma mucho más pausada, rítmica y narrativa. Sí, el libro está compuesto de pequeñas historias escritas mayoritariamente en verso largo y cuyos poemas pueden ocupar más de dos páginas. Es como el fluir mismo de la vida en un pequeño pueblo, lento y contenido.
Pero no confundamos la lentitud y la contención con la apacibilidad. Hay cicatrices por todas partes en este pueblo mediterráneo: la infancia (poca) está llena de secretos, la gente mayor parece al borde del engaño y el resentimiento, hay rabia reprimida y una mirada un tanto lánguida ante la ausencia de pasión. La vida en el pueblo parece que se va a extinguir en cualquier momento. Hay algo del Spoon River de Lee Masters. Lo podemos ver en "Un día cálido", uno de los poemas más acogedores de toda la colección, poema espléndido que se inicia con una voz suave y refrescante, gentil. Todo es camaradería y complicidad. El uso de la primera persona del plural en la quinta estrofa nos aproxima y envuelve. Todo está bien, pero a medida que vamos avanzando hacia el final...
UN DÍA CÁLIDO
Hoy el sol resplandecía,
así que mi vecina lavó sus camisones en el río;
vuelve a casa con todo doblado en una cesta,
brillando como si su vida recién se hubiera
alargado una década. La limpieza la hace feliz,
dice, puedes empezar de nuevo,
no tienen por qué retenerte los viejos errores.
Buena vecina, cada una deja en paz
la privacidad de la otra. Justo ahora
canta para sí misma, colgando la colada en un cordón.
Poco a poco, días así
parecerán normales. Pero el invierno fue duro:
las noches venían temprano, los amaneceres eran oscuros,
con una lluvia gris, persistente —meses de esto—,
y luego la nieve, como silencio cayendo del cielo,
aniquilando árboles y jardines.
Todo eso ya está en el pasado.
Regresaron los pájaros, charlando entre semillas.
Se derritió toda la nieve; los árboles frutales están cubiertos de suaves brotes nuevos.
Algunas parejas caminan incluso por la pradera, prometiendo lo que sea que prometan.
Nos paramos bajo el sol y el sol nos sana.
No huye. Cuelga sobre nosotros, inmóvil,
como un actor complacido con su recibimiento.
Mi vecina calla por un momento, ¿de dónde vinieron?
Y mi vecina sigue allí,
enganchándolas al cordón, como si la cesta no se pudiera vaciar.
Todavía está llena, nada se ha terminado,
aunque el sol empieza a descender en el cielo;
recuerda, aún no es verano, solo el inicio de la primavera;
el calor no se ha afincado todavía, y el frío retorna.
Ella lo siente, como si el último trozo de lino se le hubiera congelado en las manos.
Las observa, lo viejas que son. No es el principio, es el final.
Y ahora los adultos están todos muertos.
Nada más quedan los niños, solos, envejeciendo.
Traducción de Adalber Salas Hernández.