(La imagen pertenece al libro
Observar el cielo. David. H. Levy. Planeta. 1999)
Hasta ahora no había aparecido en este blog ninguna constelación del hemisferio sur, porque en este apartado de
mitología y constelaciones me dedico básicamente a contar el mito griego que está relacionado con la constelación de la que me ocupo. Pero Grecia está situada en el hemisferio norte, por tanto, el cielo que observaron sus habitantes, y al que atribuyeron historias y leyendas, es el que pertenece a esa parte de la cúpula celeste, si bien es cierto que, por sus viajes, conocían el cielo del hemisferio sur, así como leyendas atribuidas a algunas de sus constelaciones por otros pueblos. A esto debo añadir que la mitología de la que sé algo es, precisamente, la mitología griega. Contesto así a un correo muy atento que he recibido desde Argentina. Sin embargo, como no me atrevo a hablar de lo que no sé, coloco la información correspondiente a través de los enlaces que aparecen en el párrafo siguiente.
Esta constelación es la más pequeña de las 88, pero una de las que más
historias ha generado y de las más famosas, hasta el punto de figurar en las
banderas de un buen puñado de países. Es la que sirve en el hemisferio sur para orientarnos, es decir, para localizar el Sur.
Para los lectores de poesía es suficientemente conocida la
Oda a la Cruz del Sur, de Neruda. Menos lo es ese poema-tango
La Cruz del Sur, de
Cortázar, lleno de nostalgia sureña, y musicado por Edgar Cantón:
Vos ves la Cruz del Sur
y respirás el verano con su olor a duraznos
y caminás de noche mi pequeño fantasma silencioso
por ese Buenos Aires, por ese siempre mismo Buenos Aires.
Extraño la Cruz del Sur
cuando la sed me hace alzar la cabeza
para beber tu vino negro, rnedianoche.
Y extraño las esquinas con almacenes dormilones
donde el perfumo de la yerba
tiemble en la piel del aire.
Extraño tu voz,
tu caminar conmigo por la ciudad.
Comprender que eso está siempre allá
como un bolsillo donde a cada rato
la mano busca una moneda, el peine, llaves,
la mano infatigable de una oscura memoria
que recuenta sus muertos.
La Cruz del Sur, el mate amargo
y las voces de amigos
usándose con otros.
Me duele un tiempo amargo
Ileno de perros y desgracia
la agazapada convicción de que volver es vano.
Comprender que un mar es más que un mar,
que la muerte se viste de distancia
para llegar de a poco, lenta, interminable,
como una melodía que se resuelve al fin
en humo de silencio.
Extraño ese callejón
que se perdía en el campo y el cielo
con sauces y caballos y algo como un sueño.
Y me duelen los nombres de que cada cosa
que hoy me falta,
como me duele estar tan lejos
de tu caricias y de tus labios.
Extraño tu voz
tu caminar
conmigo por la ciudad.
(Internet tiene estas cosas, sirve para poner en contacto personas muy alejadas físicamente. Espero que tu curiosidad quede medianamente satisfecha).