Descubro con placer la obra de esta poeta cubana del XIX. Es una obra muy breve porque murió a la tempranísima e injusta edad de 18 años. Aún así nos ha dejado poco más de medio centenar de poemas que sorprenden por su belleza y su perfección formal.
Juana Borrero dio muestras de su talento prodigioso para con las palabras desde muy temprana edad, hasta el punto de que Aurelia Castillo, en el prólogo a Grupo de familia. Poesías de los Borrero, nos cuenta que un día subía las escaleras con una hermana, quien tenía un grabado de ondinas en la mano, y la hermana le dijo: "Juana, tu podrías hacer un soneto con este asunto". Dicho y hecho. Fue soltando endecasílabos de tal manera que cuando ambas llegaron al piso superior, el soneto estaba terminado. Según parece, así surgió Las hijas de Ran:
Envueltas entre
espumas diamantinas
que salpican sus cuerpos sonrosados,
por los rayos del sol iluminados,
surgen del mar en grupo las ondinas.
Cubriendo sus espaldas peregrinas
descienden los cabellos destrenzados,
y al rumor de las olas van mezclados
los ecos de sus risas argentinas.
Así viven contentas y dichosas
entre el cielo y el mar, regocijadas,
ignorando tal vez que son hermosas,
Y que las olas, entre sí rivales,
se entrechocan, de espuma coronadas,
por estrechar sus formas virginales.
Seguramente la anécdota tiene un punto de exageración, pero nos ofrece muy bien la extraordinaria capacidad para la versificación que tenía Juana Borrero. No en vano, durante el viaje que realizó con su padre a EEUU cuando tenía quince años, el mismísimo José Martí ofreció una velada en honor de ambos. De esa noche dejó testimonio la poeta con estas humildes y asombradas frases: "José Martí cerró la velada con un discurso sobre Pujol, papá y yo... y dijo tantas cosas sobre mí, y tantos crímenes nuevos que yo no conocía me echaba encima, que yo no sabía dónde meterme".
Su Última rima la escribió cuando se hallaba en el exilio con su familia, ya enferma de muerte y todavía con la esperanza de que su novio pudiera llegar a tiempo. No fue así.
Yo he soñado en
mis lúgubres noches,
en mis noches tristes de penas y lágrimas,
con un beso de amor imposible
sin sed y sin fuego, sin fiebre y sin ansias.
Yo no quiero el deleite que enerva,
el deleite jadeante que abrasa,
y me causan hastío infinito
los labios sensuales que besan y manchan.
¡Oh, mi amado!, ¡mi amado imposible!
Mi novio soñado de dulce mirada,
cuando tú con tus labios me beses
bésame sin fuego, sin fiebre y sin ansias.
Dame el beso soñado en mis noches,
en mis noches tristes de penas y lágrimas,
que me deje una estrella en los labios
y un tenue perfume de nardo en el alma.