Ayer, en un acto por mi parte a medio camino entre la reivindicación, la protesta y la nostalgia, me acerqué a escuchar a Paco Ibánez.
El concierto era el último de los organizados este año por Bidasoafolk, y me gustó. Ahí estaba el Ibáñez de siempre, lleno de energía y diciendo absolutamente lo que le daba la gana entre canción y canción. Y se podrá estar de acuerdo o no con lo que soltaba (que largar, largó bastante), pero no se puede negar que es un tipo valiente, desinhibido y coherente consigo mismo. Y, además, a pesar de sus casi 78 años, sigue teniendo voz para estar sobre un escenario y hacer que una multitud se ponga a cantar con él. ¡Sigue galopando, Paco!
Sorpresa agradable también fue el grupo mexicano que le precedió: Mono Blanco.
A mí no es que me guste demasiado la música popular, pero reconozco que la música tradicional mexicana es alegre, colorista, animada y divertida, y el jarocho, que es lo que traían esos veracruzanos, lo es (por cierto, la mundialmente conocida Bamba, es un son jarocho). Ahora bien, lo que más me gustó fue la naturalidad con que se presentaron, el discurso que tenían, esa humildad de grupo pequeño pero que tiene muchas horas de trabajo y esfuerzo para presentar un resultado bien hecho.
Otro momento que me agradó especialmente fue cuando Paco Ibáñez, ante los aplausos del público, salió para hacer un bis. Sin embargo, en lugar de aparecer él solo, lo hizo junto con Mono Blanco, tal como podéis ver en la segunda fotografía.
Pocos artistas tienen estos gestos.