Editorial |
Creo que W. B. Yeats está bien representado en este blog y mejor aun en el mundo editorial, como puede comprobarse por las entradas que le he dedicado y los títulos que en ellas aparecen; no obstante, la aparición el año pasado de He extendido mis sueños a tus pies me ha parecido un buen motivo para traerlo a esta sección.
Lo valioso del libro no está propiamente en la selección de poemas que ha realizado Jordi Doce, pues él ya se encargó de la traducción de toda su poesía para la editorial Pre-Textos y ninguna otra publicación parcial puede competir con ella. Lo atractivo de este ejemplar es la muy cuidada edición del libro, una marca de la casa, y el añadido de las ilustraciones que aporta Sandra Rilova. Belleza sobre belleza.
Realizadas las presentaciones, vamos con el poema:
LA MALDICIÓN DE ADÁN
Estábamos sentados, un día de finales de verano,
aquella dulce y bella mujer, tu amiga íntima,
y tú y yo, hablando de poesía.
«Un solo verso puede llevarnos horas —dije—,
pero si no parece algo pensado en un instante
todo nuestro coser y descoser es en vano.
Mejor arrodillarse sobre la médula del hueso
y fregar suelos de cocina o picar piedra
como un viejo indigente, a la intemperie;
pues dedicarse a articular dulces sonidos
es trabajar más duro que ellos, y sin embargo
ser tildado de vago por la ruidosa camarilla
de clérigos, maestros y banqueros
que los mártires llaman mundo».
Y entonces
aquella bella y dulce mujer por cuya causa
muchos descubrirán la angustia del amor
cuando escuchen su voz discreta y dulce
replicó: «Ser mujer es saber
—aunque en la escuela nadie nos lo diga—
que hemos de trabajar para estar bellas».
«Es verdad —respondí— que no hay cosa admirable
desde la caída de Adán que no requiera un gran esfuerzo.
Recuerdo amantes convencidos de que el amor
debía ser tal muestra de alta cortesía
que suspiraban y citaban con semblante estudioso
aunque ahora esa labor parezca más bien vana».
La mención al amor nos sumió en el silencio;
vimos morir los últimos rescoldos de la tarde,
y en el aguamarina temblorosa del cielo
una luna, gastada como una concha que lavara
la marea del tiempo cuando fluye entre las estrellas
y rompe luego en días y años.
Me invadió un pensamiento que solo tú debías escuchar:
que eras hermosa, y que yo me esforzaba
por amarte en la antigua y noble doctrina del amor;
que alegre había parecido todo, y aun así nuestros corazones