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Editorial |
Ana Isabel Conejo ha escrito numerosos títulos de narrativa infantil y juvenil mientras cultiva la poesía, género en el que ha conseguido varios premios, como el Premio Hiperión en 2005 este Atlas, que podemos leer como un recorrido afectivo-histórico-geográfico por la superficie del planeta al mismo tiempo que realizamos una lectura por el ser más personal y existencial de nuestro transcurrir por la vida. Todo ello en una prosa poética viva y eficaz.
GUERRA Y PAZ
Otoño de abedules temblando en las colinas, de flexibles cinturas inclinadas sobre el amplio repecho de una ventana; bellos rostros alegres mirando los reflejos de los charcos, y en la tierra mojada, un esplendor de ruinas, madrigueras inútiles abiertas al viento y a la lluvia mientras el corazón, un zorro rojo, huye por el campo abierto, perseguido del ímpetu de perros y caballos… y en la boca una risa de muselina blanca, y la noche batida por las alas de un pájaro que ya araña la nieve. Porque es tiempo de fuego, de troikas que se lanzan pendiente abajo, locos de aroma a cuero y a manzanas y a juventud a punto de perderse; mientras, lejos, la guerra deja costuras de humo sobre el mapa de sus viejas fronteras, deja muertos vestidos de colores muy vivos, hombres de ojos risueños con miembros amputados… No volveremos nunca a ser los mismos. Y lo que rehuíamos, lo que temimos tanto, no era el dolor, no era ni siquiera la muerte, sino esta insoportable tristeza de sabernos peores de los que nos creíamos… Esta nueva conciencia que dulcifica el rostro; donde la juventud deja sitio a la vida…
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MASHKAN-SHAPIR
Mesopotamia es sólo un arañazo de oro en la superficie del desierto, un nombre griego, llaga de agua y palmeras entre el polvo y la sed,
pero ese nombre esconde multitud de Venecias muertas entre las dunas.
Sabemos de una de ellas: Mashkan-Shapir. Tres puertas. Los canales hundían su esqueleto de lluvia en los blandos aluviones del Tigris. Había un templo al dios de la muerte y otro al sol. Extraño culto doble a la ardiente evidencia del ser y su reverso.
Quién sabe si en sus casas se oirían los pájaros. O qué reptiles casi transparentes dormitaban inmóviles al calor de sus muros, qué insectos atraídos por la oscura promesa de la sangre se agazapaban en sus lechos, cuántas veces se echaron a perder en las cestas los frutos corrompidos por el verde polvoriento del moho,
Quién iba por las tardes al jardín de palmeras junto al muro del norte, o qué palabras sonarían más dulces en sus labios, cómo se sonreía un poco el pescador más joven al clavar sus arpones en el cuerpo de plata de los peces fluviales, qué refrán repetían las abuelas acerca de la sed
Nunca los muertos estuvieron tan muertos
tan a merced del viento
tan perdidos…
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