Este retrato de la condesa de Vilches, de la colección del Museo del Prado, se encuentra en la actualidad y hasta el 1 de diciembre, en el Museo San Telmo —hoy, por cierto, como todos los martes, la entrada es gratuita—.
Yo no soy un entusiasta de los retratos en pintura, pero este de Madrazo me encanta por la sencilla naturalidad con la que se nos presenta el personaje retratado. Si, en general, el arte del retrato ha servido para presentar grandes figuras, para recoger egos que permaneciesen en la historia gracias a la habilidad de los artistas o para criticar caracteres y actitudes de manera indirecta, este retrato me gusta especialmente porque deja entrever la amistad entre retratada y artista. Todo fluye con naturalidad y simpatía. La modelo está cómoda, dejándose pintar, y se nota que el artista no se ha planteado cuál va a ser el aspecto del carácter que debe reflejar de ella. Hay amistad y confianza. Se pueden mirar de frente.
Es posible que el movimiento artístico en el que se inscribe la obra, el romanticismo, coadyuvara a ofrecer ese aire de natural complicidad entre ambos. Es posible. En cualquier caso, lo que yo percibo cada vez que lo miro es la espontánea afabilidad entre Amalia y Federico, la cómoda y sincera amistad entre dos personas que han compartido muchas conversaciones y hasta es posible que tuvieran una visión de la vida similar.
Para detalles técnicos, históricos y cotilleos varios, esta ponencia de Lorenzo Caprile puede ser de interés:
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