María Mercedes Carranza (1945-2003) fue una poeta y periodista colombiana. Hija de Rosa Coronado y Eduardo Carranza, poeta de gran prestigio que en 1952 se trasladó a España como agregado cultural de la embajada colombiana en Madrid. Eso hizo que la poeta donde viviera entre los seis y los trece años de edad en la capital de España. Durante esa época recibió la influencia de la actividad cultural de su padre y de su tía abuela materna, la también poeta Elisa Mújica.
Publicó cinco poemarios:
-Vainas y otros poemas (1972).
-Tengo miedo (1983)
-Maneras de desamor (1993).
-Hola, soledad (1987).
-El canto de las moscas (1997).
-Vainas y otros poemas (1972).
-Tengo miedo (1983)
-Maneras de desamor (1993).
-Hola, soledad (1987).
-El canto de las moscas (1997).
La Patria y otras ruinas, de donde tomo el poema, es una antología que publicó la revista Palimpsesto en 1990.
TENGO MIEDO
"...Todo desaparece ante el miedo.
TENGO MIEDO
"...Todo desaparece ante el miedo.
El miedo, Cesonia; ese bello
sentimiento, sin aleación, puro y
desinteresado; uno de los pocos
que saca su nobleza del vientre".
Albert Camus (Calígula)
Miradme: en mí habita el miedo.
Albert Camus (Calígula)
Miradme: en mí habita el miedo.
Tras estos ojos serenos, en este cuerpo que ama:
el miedo.
El miedo al amanecer porque inevitable el sol saldrá
El miedo al amanecer porque inevitable el sol saldrá
y he de verlo,
cuando atardece porque puede no salir mañana.
Vigilo los ruidos misteriosos de esta casa que se derrumba,
Ya los fantasmas, las sombras me cercan y tengo miedo.
Procuro dormir con la luz encendida
y me hago como puedo a lanzas, corazas, ilusiones.
Pero basta quizás sólo una mancha en el mantel
para que de nuevo se adueñe de mí el espanto.
Nada me calma ni sosiega:
ni esta palabra inútil, ni esta pasión de amor,
ni el espejo donde veo ya mi rostro muerto.
Oídme bien, lo digo a gritos: tengo miedo.
cuando atardece porque puede no salir mañana.
Vigilo los ruidos misteriosos de esta casa que se derrumba,
Ya los fantasmas, las sombras me cercan y tengo miedo.
Procuro dormir con la luz encendida
y me hago como puedo a lanzas, corazas, ilusiones.
Pero basta quizás sólo una mancha en el mantel
para que de nuevo se adueñe de mí el espanto.
Nada me calma ni sosiega:
ni esta palabra inútil, ni esta pasión de amor,
ni el espejo donde veo ya mi rostro muerto.
Oídme bien, lo digo a gritos: tengo miedo.
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