jueves, 28 de abril de 2022

VALLE INCLÁN A PIE DE CALLE

 Me enternece esta cabeza de Valle Inclán sobre un pedestal en la modestísima calle que lleva su nombre de un barrio obrero y suburbial madrileño. 

Sí, es cierto, la calle lleva su nombre, aunque más bien parece que le ha caído ese lo mismo que le podía haber tocado cualquier otro. Y parece lógico y natural que encontremos un busto de la persona a la que se ha dedicado la calle.

Pero fijaos bien en la cabeza. El material con que está hecha no parece muy noble; antes bien, da la impresión de que han aplicado una pintura metalizada de dudoso gusto para que parezca —estoy nada más que realizando una suposición— otro material de mayor empaque y prestigio.

Otro detalle: el lugar donde se encuentra no es un lugar despejado ni abierto, es un sitio recóndito, situado entre un árbol y el seto que recorre el pequeño espacio verde que hay entre la fachada del edificio de viviendas y la acera, a la altura del número 12 de la calle. ¿Un pequeño espacio privado correspondiente a la comunidad de vecinos de ese portal?

Pero no queda ahí el asunto. En el pedestal, justo debajo del nombre del gran escritor gallego, aparece grabado el año MCMLXXII —¿1972?—. Desde luego, no se corresponde con ninguna fecha relativa a la vida y milagros de don Ramón (1866-1936). ¿Es el año en que se colocó el busto en el jardincillo? ¿Es, tal vez, el de la construcción de la casa de vecinos?

En realidad, nuestro ilustre gallego sí tiene una estatua oficial en el lustroso y rimbombante Paseo de Recoletos, cerca del café Gijón —que solía frecuentar— y de la Biblioteca Nacional, ofrecida por el Círculo de Bellas Artes, que, esta sí, lleva la fecha en que se colocó —1972—.

¿Será que el Círculo encargó la buena, la de bronce, obra de Francisco Toledo Sánchez (1928-2004), para el gran paseo madrileño y otra de menor calidad, como de suburbio, como de ayudante de segunda del taller del escultor, para la calle que lleva el nombre del escritor? 

Esto último, por la coincidencia de fechas, parece probable. Yo, en cambio, prefiero imaginar otra historia, mucho menos probable, pero más entrañable: en el número 12 de la calle vive una persona devota de la obra valleinclanesca e incondicional lectora suya. Llevada por el entusiasmo y nada más saber que habían colocado una estatua en el centro guapo y ostentoso de la ciudad, mientras que la calle que lleva con orgullo su nombre permanecía en el olvido, movilizó al vecindario y encargó el trabajo en un taller del barrio para que Valle estuviera presente de forma continua y permanente en el ir y venir cotidiano del del portal. 
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