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domingo, 14 de junio de 2015

DISCURSO FÚNEBRE DE PERICLES

La Historia de la Guerra del Peloponeso habría que leerla aunque sólo fuera por el famoso Discurso fúnebre de Pericles, modelo de oratoria, de elegancia política y de tesón democrático. Si no me equivoco, será el primer texto en la historia occidental que defiende las virtudes de un estado democrático.

El discurso se enmarca dentro del primer año de la Guerra del Peloponeso. En ese momento, Atenas prepara unos funerales de estado en honor de los caídos y su máximo dirigente pronuncia unas palabras dirigidas a sus conciudadanos. Probablemente la redacción que hoy podemos leer la redactara Tucídides cuando la guerra ya había terminado.

Como se ha dicho muchas veces y se seguirá diciendo cada vez que se lea, el discurso sigue siendo conmovedor en la actualidad. Yo diría que por tres razones: es conmovedor en sí mismo, lo es más si pensamos en el trágico final de Atenas pocos años después de haberse pronunciado y, en tercer lugar, porque si lo leemos pensando en los políticos actuales —hay algunas honrosas excepciones fuera del país desde el cual escribo— la conmoción alcanza un grado extremo.

Pericles, desde luego, no era un santo varón que todo lo hacía bien. No sabemos cuánto hay del dirigente griego y cuánto del historiador en el discurso. La oración fúnebre, es evidente, nos presenta una organización política idealizada de la antigua ciudad helena. A pesar de todo, contiene un impulso moral y una defensa de los valores democráticos que siguen dándole credibilidad en lo que importa.

Os dejo, en traducción de Rodríguez Adrados, los párrafos 36 y 37 del libro II:

Comenzaré por nuestros antepasados, pues es justo y hermoso al mismo tiempo que en esta ocasión se les ofrezca el honor del recuerdo. Porque fueron ellos quienes, habitando siempre este país hasta hoy día mediante la sucesión de las generaciones, nos lo entregaron libre gracias a su valor. Son merecedores de encomio y aun mas lo son nuestros padres, puesto que se adueñaron, no sin trabajo, del imperio que tenemos, a más de lo que habían heredado, y nos lo dejaron a nosotros los hombres de hoy juntamente con aquello. Y el imperio, en su mayor parte, lo hemos engrandecido nosotros mismos, los que vivimos todavía, y sobre todo los de edad madura; y hemos hecho la ciudad muy poderosa en la guerra y en la paz en todos los aspectos. Mas de entre estas cosas dejaré a un lado las empresas guerreras con que adquirimos cada una de nuestras posesiones e igualmente el que hayamos rechazado valerosamente a enemigos bárbaros y griegos, pues no quiero extenderme sobre ello ante gentes que ya lo conocen; y mostraré en cambio, lo primero, la política mediante la cual llegamos a adquirirlas, y el sistema de gobierno y la manera de ser por los cuales crecieron, y pasaré después al elogio de nuestros muertos, pues creo que en la ocasión presente no es inadecuado que estas cosas sean expuestas, y es conveniente que todo este concurso de ciudadanos y extranjeros las escuche.

Tenemos un régimen de gobierno que no envidia las leyes de otras ciudades, sino que más bien somos ejemplo para otros que imitadores de los demás. Su nombre es democracia, por no depender el gobierno de pocos, sino de un número mayor; de acuerdo con nuestras leyes, cada cual está en situación de igualdad de derechos en las disensiones privadas, mientras que según el renombre que cada uno, a juicio de la estimación pública, tiene en algún respecto, es honrado en la cosa pública; y no tanto por la clase social a que pertenece como por su mérito, ni tampoco, en caso de pobreza, si uno puede hacer cualquier beneficio a la ciudad, se le impide por la oscuridad de su fama. Y nos regimos liberalmente no solo en lo relativo a los negocios públicos, sino también en lo que se refiere a las sospechas recíprocas sobre la vida diaria, no tomando a mal al prójimo que obre según su gusto, ni poniendo rostros llenos de reproche, que no son un castigo, pero sí penosos de ver. Y al tiempo que no nos estorbamos en las relaciones privadas, no infringimos la ley en los asunto públicos, más que nada por un temor respetuoso, ya que obedecemos a los que en cada ocasión desempeñan las magistraturas y a las leyes, y de entre ellas, sobre todo a las que están legisladas en beneficio de los que sufren la injusticia, y a las que por su calidad de leyes no escritas, traen una vergüenza manifiesta al que las incumple. Y además nos hemos procurado muchos recreos del espíritu, pues tenemos juegos y sacrificios anuales y hermosas casas particulares, cosas cuyo disfrute diario aleja las preocupaciones; y a causa del gran número de habitantes de la ciudad, entran en ella las riquezas de toda la tierra, y así sucede que la utilidad que obtenemos de los bienes que se producen en nuestro país no es menos real de la que obtenemos de los demás pueblos. 

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PS: La traducción de Diego Galán para Clásicos Grecolatinos la tenéis aquí.

martes, 24 de octubre de 2023

LA GRECIA ANTIGUA CONTRA LA VIOLENCIA, Jacqueline de Romilly

Ejemplar de la biblioteca de Okendo
He llegado a este libro gracias al programa de Mercedes Menchero, Música y pensamiento. Aunque no sabía nada de la autora, sí, en cambio, de la casi totalidad de los textos que cita y en los que se apoya para construir su tesis, que básicamente es que la antigua sociedad ateniense, la del siglo de Pericles, era, posiblemente, menos violenta que la nuestra, al menos ante ciertas circunstancias y con respecto a ciertos casos.

Echar un vistazo a las cifras produce vértigo. Vértigo y espanto. Tan solo el siglo que dejamos atrás hace unos años arroja las cifras más escalofriantes en número de muertes a causa de las guerras que se haya registrado en cualquier otra época. Y las hay francamente violentas. 

Pero la belleza del libro, en mi opinión, no está en la defensa de la racionalidad y la sensibilidad de la Grecia clásica y sus textos, ya sean de poetas, dramaturgos o filósofos. Yo creo que su mayor atractivo reside en la clara invitación a leerlos. De hecho, de Romilly es consciente de este efecto cuando escribe: Si su mensaje constituye un argumento para que la lectura de los autores griegos se difunda más en nuestras instituciones educativas, o más bien deje de estar en ellas prácticamente prohibida, no sería ya poco logro (p 28).

¿Alguien puede no sentirse atraído hacia la lectura de la Orestíada, magnífica e inolvidable trilogía de Esquilo, después de leer, por ejemplo, no podríamos imaginar, pues, una obra más completamente dominada, hasta en sus más ínfimos detalles, por este gran deseo de reemplazar la violencia por la justicia y el apaciguamiento. Ése es el verdadero tema de la trilogía, y se comprende entonces por qué esta idea maestra acarreaba, en las dos primeras obras, la presencia de un desencadenamiento excepcional de violencia. Si esta violencia está ahí es para ser condenada, para ser superada. Y la obra se despliega como una brillante demostración (p 38)?

No voy a volver a citar las palabras que ya cité de Adrasto (Las suplicantes, Eurípides), aunque ellas solas serían motivo suficiente para despertar la curiosidad de quien no haya leído la obra, pero citaré estas otras: Cuando las leyes están escritas, tanto el pobre como el rico tienen una justicia igualitaria. El débil puede contestar al poderoso con las mismas palabras si le insulta; vence el inferior al superior si tiene a su lado la justicia (vv 433-6).

Y qué decir de Tucídides y el famosísimo discurso de Pericles. Tenía yo 16 años cuando corrí a localizar una Historia de la Guerra del Peloponeso para poder saborear en todo su contexto aquellas palabras que tanto impacto me causaron. Quería saberlo todo de Pericles, de la guerra esa, del contexto en que se produjo y de los personajes que entonces vivían. 

O cómo demorar la lectura del Critón después de que el profesor de griego nos hablara de la respuesta de Sócrates a su amigo para rechazar la fuga que se le ofrecía. Imposible, era necesario devorar todas y cada una de las palabras.
 
Yo también estoy convencido, como lo está de Romilly, de que no es la literatura el primer remedio contra la violencia. Tampoco es el más eficaz. Grandes lectores y conocedores de la mejor literatura ha habido y, sin embargo, han sido grandes agresores de la humanidad y sus derechos. No obstante, y considerada en general, la gran literatura supone una gran ayuda en nuestra formación como personas mejores y más tolerantes. Y no solo puede ofrecernos ayuda en ese terreno, sino que, además, nos regala un gran placer, el placer de la buena lectura. 

Dejo el audio del programa por si acaso. 


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martes, 8 de octubre de 2013

HISTORIA DE LA GUERRA DEL PELOPONESO

Tenemos un régimen político que no emula las leyes de otros pueblos, y más que imitadores de los demás, somos un modelo a seguir. Su nombre, debido a que el gobierno no depende de unos pocos sino de la mayoría, es democracia. En lo que concierne a los asuntos privados, la igualdad, conforme a nuestras leyes, alcanza a todo el mundo, mientras que en la elección de los cargos públicos no anteponemos las razones de clase al mérito personal, conforme al prestigio de que goza cada ciudadano en su actividad; y tampoco nadie, en razón de su pobreza, encuentra obstáculos debido a la oscuridad de su condición social si está en condiciones de prestar un servicio a la ciudad. En nuestras relaciones con el Estado vivimos como ciudadanos libres y, del mismo modo, en lo tocante a las mutuas sospechas propias del trato cotidiano, nosotros no sentimos irritación contra nuestro vecino si hace algo que le gusta y no le dirigimos miradas de reproche, que no suponen un perjuicio, pero resultan dolorosas. Si en nuestras relaciones privadas evitamos molestarnos, en la vida pública, un respetuoso temor es la principal causa de que no cometamos infracciones, porque prestamos obediencia a quienes se suceden en el gobierno y a las leyes, y principalmente a las que están establecidas para ayudar a los que sufren injusticias y a las que, aun sin estar escritas, acarrean a quien las infringe una vergüenza por todos reconocida.

Historia de la guerra del Peloponeso, Libro II, pág, 341, Gredos

Estas líneas son un breve fragmento del discurso fúnebre que Pericles pronuncia en honor de los atenienses caídos en la batalla. Es uno de los discursos más famosos y más conmovedores de la historia. Todo estudiante de Historia lo conoce y, sin duda, ha tenido que comentarlo alguna vez. Este discurso sería suficiente motivo como para leer la Historia de la guerra del Peloponeso. 

La obra es algo así como el primer texto de auténtica historia de la humanidad, pues si bien Heródoto es anterior y redactó su Historia unos cuantos años antes, Tucídides será el primero que se esfuerce en recoger la evidencias para luego narrarnos los hechos de la forma más objetiva posible, o, por lo menos, en quitar a los dioses de en medio para justificar las actuaciones humanas.

La Historia tiene además otros méritos, como son el ser la primera obra que narra una guerra civil (que no otra cosa fue esa guerra entre griegos), ser un excelente material literario (en mi opinión es mejor como obra literaria que como libro de historia), y ser una lección sobre la condición humana, pues mientras la leemos no podemos dejar de formularnos esta pregunta: ¿es inevitable la guerra?