#unlibrounpoemaEn la contraportada se recoge:
Juan Vicente Piqueras (Los Duques de Requena, 1960) se fue de España en 1985. Ha vivido en Francia, Italia, Grecia, Argelia, Portugal y Jordania. Ha publicado, entre otros, los libros La latitud de los caballos (1999), Aldea (2006), La hora de irse (2010), Yo que tú (2012), Atenas (Premio Loewe, 2012), Padre (2016) y Narciso y ecos (2017). Ha traducido al español a poetas como Tonino Guerra, Izet Sarajlic, Ana Blandiana, Cesare Zavattini, Sabrina Foschini y Kostas Vrachnós.
«Dialogar con la muerte, cantarla como se canta al amor o a la rosa, lograr el imposible de ver la vida desde la otra orilla, saber lo que hay en una habitación vacía, encender una mínima luz con que alumbrar fugazmente la nada, y conseguir que toda la emoción de esos misterios nos llegue limpia y directa al corazón. Tal es el milagro y la sobrecogedora belleza de este libro, tan hondo, tan cercano, tan leve». Luis Landero.
«Juan Vicente Piqueras es uno de los poetas españoles más importantes de la actualidad. La habitación vacía es una meditación metafísica sobre el tiempo y la muerte. Hijo póstumo de Fernando Pessoa, Piqueras tiene siempre la fuerza, la ironía y la bondad de su parte. Es una voz imprescindible. Hay que leer a Piqueras, porque la poesía está con él». Manuel Vilas.
Yo recojo:
UNA TARJETA BLANCA
A Jaime Jaramillo Escobar, in memoriam
(El poeta se coloca de pie al pie de una ceiba, ante el micrófono, ante el horizonte atento de quienes están ahí para escucharlo o no, se lleva la mano al corazón como los musulmanes, salam, y los griegos, yasas, y comienza a decir su poema).
Señoras y señores: buenas noches.(O buenos días o buenas tardes, según el momento de la lectura, claro).
Llevo en este bolsillo de la camisa, al lado del corazón,
una tarjeta blanca que abre todas las puertas
de todas las habitaciones
de todos los hoteles del mundo.
(Saca del bolsillo de la camisa la tarjeta blanca y la eleva en la mano hacia el cielo).
A veces, cuando puedo, cuando me da la gana,
casi siempre de noche,
salgo de la casa que no tengo, me voy a dar una vuelta,
y entro en cualquier hotel.
Digo buenas noches en la recepción
o no digo nada, según me da, tomo el ascensor y subo
a una habitación cualquiera, entro con mi tarjeta blanca
y veo a las personas dormir, amar, enemistarse,
ver la tele, discutir, besarse, cantar bajo la ducha,
escribir algo en un cuaderno.
Ellos no me ven a mí. no pueden verme
porque yo soy un ángel de la guarda, el ángel de la guarde
de los huéspedes de hotel, cuido el sueño de todos
los que no duermen en su casa.
Un ángel de la guarde diplomado.
Llevo el título siempre aquí conmigo,
en el bolsillo de la camisa,
al lado del corazón y de la tarjeta blanca
que me abre todas las puertas.
(Saca del bolsillo de la camisa el pasaporte de servicio que tienen todos los ángeles).
El título es este pasaporte de servicio,
expedido por su Majestad el Rey de las Ruinas
y en su nombre el Ministro de Asuntos Exteriores
y Afanes Interiores,
que me abre las puertas de todos los países.
(Lo hojea).
Aquí figuran mi nombre y mis dos fechas:
la de nacimiento y la de defunción.
La casilla del sexo está vacía.
En la de la nacionalidad al principio ponía española,
pero con el tiempo se han borrado la p y la ñ
y ahora se lee: es a ola. Esa ola.
No tiene fecha de caducidad. La foto
es la de mi primera comunión.
yo estaba enfermo, tenía 39 de fiebre,
debajo del traje de marinerito llevaba un un pijama estampado
con tréboles de cuatro hojas. Cuando
el cura de mi pueblo, que se llamaba don Juan,
posó la hostia en mi lengua
yo creí desmayarme. El pasaporte
lleva en sus páginas focas, ciervos, peces, mariposas,
tortugas, osos, murciélagos...
toda una fauna timbrada y feliz.
Timbrada en las aduanas y en las funerarias.
Fauna dichosa de viajar conmigo
y de estar con ustedes esta noche.
(O esta mañana o esta tarde, según el momento de la lectura, claro).
Tal vez ustedes no crean en ángeles.
Tal vez ustedes no crean en mía.
Pero eso poco importa.
Lo importante es que yo creo en ustedes
y alguna de esas noches, cuando menos lo esperen,
en una pensión pobre o en un hotel de lujo,
en un motel de mala muerte o en un convento
convertido en spa,
en un hotel de cinco mil estrellas o de ninguna,
con mi tarjeta blanca abriré la puerta de su habitación,
les cerraré los ojos, los miraré dormir,
ajustaré las sábanas como hacía mi madre
cuando yo estaba enfermo, les besaré los párpados,
y ya que estoy allí les diré la verdad,
aprovechando que duermen y no pueden oírla.
Señoras y señores, deberían
darme las gracias, pero no hace falta.
Es mi trabajo y no las necesito.
Mis gracias son las suyas.
Soy yo quien agradece su atención
ante alguien que no existe.
Que estén bien, señoritas, señoras, caballeros,
niños, ancianos, águilas, hormigas,
grullas, ballenas, ciervos, mariposas...
(Se lleva la mano al bolsillo de la camisa, al corazón).
Que estén bien, salam, yasas, que estén bien.
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