Rosa Montero. Fuente: informador.mx |
Sin entrar en detalle y sin pretender aburrir a nadie, fijaos en cómo nos ofrece su opinión y cómo gradúa la intensidad de la información que nos va soltando: primero, como quien no quiere la cosa y envuelta en un toque dulce de humor y amabilidad, la tesis; luego, los cinco párrafos cuya progresión, tanto objetiva —información— como afectiva —implicación—, no para de crecer hasta llegar a la conclusión final. Impecable conclusión que, mira por donde, es el enunciado de la tesis con que se inauguraba la columna. Bueno, eso y un poquito más.
Más claro. Si tuviéramos que resumir hasta dejar en el esqueleto del significado lo que cada uno de los párrafos nos muestran, podríamos decir algo así como: Ser raro es lo habitual y está demostrado científicamente (¶ 1º). Las personas raras son más tolerantes (¶ 2º) y felices (¶ 3º). Hay muchas, muchísimas, (¶ 4º) y gracias a ellas avanzamos (¶ 5º).
¿Construcción lógica? No. Extraordinaria habilidad con las palabras, ingenio vivo, buena dosis de humor, hábil manejo de significados distintos y carácter muy positivo. Todas esas cualidades son las que convierten la rareza en virtud y permiten que contemplemos al vecino excéntrico como gracioso y ocurrente, a la peculiar compañera de trabajo como una colega sutil o a la extraña criatura con la que coincidimos casi a diario en el ascensor como una chispeante adolescente camino del estrellato.
Ahí reside buena parte de la magia que Rosa Montero tiene con las palabras: en ser capaz de conjugarlas para que luzcan por su lado más brillante y más humano. Cuestión de punto de vista, de ladearse un poco y mirar el paisaje cotidiano desde un ángulo distinto. Y de ser buena persona, porque pudiendo haberse fijado en el lado oscuro de la genialidad, pone la mirada en ese lado en el que todos salimos beneficiados. Eso también forma parte del juego de la escritura.