viernes, 23 de marzo de 2018

GRACIAS, SORIN, POR TU SUAVE MÚSICA

Sorin, guitarra en mano, dispuesto a iniciar su sesión.
Aunque el invierno está siendo duro, hay que echarse a la calle e intentar conseguir el dinero suficiente como para pagarse la comida. El Pasadizo de Egia, al menos, permite estar al reguardo de la lluvia. Además, es un lugar de paso muy frecuentado y eso siempre aumenta las probabilidades de recoger alguna moneda.

Sorin intenta ganarse la vida haciendo lo que sabe: tocar la guitarra y cantar. Aprendió a tocar de oído, pero lo hace bien y resulta muy agradable cruzar el pasadizo acompañado por el suave sonido de un blues, un vals o un tango, que son las piezas más frecuentes del repertorio de este rumano abierto y jovial.

Atraído por su música me paro a charlar un día con él. Hace mucho frío y la corriente del pasadizo le ha dejado las manos ateridas. Decide dejarlo y nos vamos a comer juntos al bar de la estación de autobuses. Entre sorbo y bocado me va contando su historia, o al menos la parte contable de su historia.

Sorin tiene la familia en su país, en Blaj, y a ella acudirá a principios de abril. Él reparte su tiempo entre el País Vasco, Austria y Valencia. Aquí toca la guitarra durante los meses del invierno, en Austria participa en la recogida de la mora, en la Comunidad Valenciana se saca el sueldo con la vendimia. 

Mientras comemos y entramos en calor me habla de su familia y de su casa, que es siempre lo más inmediato y querido que solemos tener los humanos y de lo que nos resulta tan fácil hablar. Me cuenta, también, que el Ayuntamiento de San Sebastián les concede 14 días para tocar en la calle. Cumplido ese tiempo hay que andar con un ojo en la guitarra y con otro en el horizonte, por si aparecen los municipales.

La vida es dura, ya lo sabemos, y lo es más aún para aquellas personas que viven en los bordes de la sociedad. Aún así, ni pierde el humor ni la tranquilidad con que afronta la vida y me cuenta algunas anécdotas francamente divertidas. Avanza el tiempo y quedamos para hacer una foto otro día. El frío de la calle solo empuja al refugio casero.

Tal vez no podamos poner nombre a todas cuantas personas nos encontramos en la calle, pero sí podemos devolver el saludo. Hace poco tiempo un joven que vendía pañuelos se quejaba con amargura diciendo que lo peor era la absoluta invisibilidad. No le importaba tanto que la gente no comprara, sino que ni tan siquiera mirasen y, por supuesto, que no devolvieran el saludo. 

Cada uno de nosotros llevamos nuestros problemas encima y lo que menos deseamos es que nos salgan otros nuevos mientras vamos al trabajo o regresamos a casa. Pero no estaría mal recordar que detrás de cada persona hay una historia, y que devolver la sonrisa o el saludo no cuesta nada, pero puede ser muy gratificante.

¡Adiós, Sorin! ¡Hasta el próximo invierno!

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