miércoles, 22 de noviembre de 2017

OBSERVAR EL CIELO, APRENDER SOBRE NOSOTROS MISMOS

Poco a poco van creciendo las asociaciones de aficionados a la astronomía, la intervención de investigadores y astrofísicos en foros de aficionados, la demanda por una ley del cielo que permita la visión de constelaciones y estrellas, e incluso los lugares en los que se ofrece la observación nocturna del cielo como una atracción turística más. En fin, que poco a poco se va extendiendo el conocimiento sobre eso que llamamos el universo y empezamos a ser capaces de diferenciar la astronomía de la astrología.

Esto es así por muchas razones entre las que están, sin duda, el esfuerzo de los científicos por divulgar y el empeño de las asociaciones de aficionados por extender su pasión. Pero creo que hay una fundamental, que se encuentra en el corazón de todas ellas y que es la misma que señaló Aristóteles en el comienzo de su MetafísicaTodos los hombres tienen naturalmente el deseo de saber. El placer que nos causan las percepciones de nuestros sentidos es una prueba de esta verdad.

Y es que el conocimiento acerca de lo que vemos en una noche oscura y limpia nos atañe directamente, es un (querer) saber sobre nosotros mismos y lo que somos, atañe a las preguntas fundamentales que desde siempre nos hemos hecho: ¿de dónde venimos?, ¿quiénes somos?, ¿por qué existe todo eso?, ¿a dónde vamos?... Esa primera perplejidad ante lo inmenso enciende nuestra curiosidad. Del intento de dar respuesta a esas preguntas surgieron la religión, la filosofía y la ciencia.

Más aún, la revolución científica de la que da buena cuenta el libro que comentaba ayer, nace de la observación del cielo, del deseo de saber qué lugar ocupamos en el universo, dónde estamos. Las investigaciones de Copérnico, Kepler, Brahe y Galileo, que son las que dan forma al método científico, son estudios sobre lo que vemos en el cielo nocturno. Observaciones y trabajos que hoy, por cierto, puede realizar cualquier aficionado con mayor precisión, porque dispone de unos telescopios mucho mejores.

Es así, uno empieza preguntándose por las perseidas, distinguiendo un planeta de una estrella, descubriendo la distancia que media entre Júpiter y nosotros,  y acaba sumergiéndose en preguntas por el caos y el azar, el tiempo y la aparición de la vida, la materia oscura y la empatía, lo que somos y lo que deberíamos ser. Termina intentando encontrar respuestas en la física, en la biología, en la neurociencia o en la filosofía, porque la emoción inicial de contemplar un cielo profundo suele despertar el deseo de saber, la pretensión natural de que cada cosa que vemos tenga sentido.




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