—¡Hola, compadre! —le dijo Ben—.Te hacen trabajar, ¿eh?
—¡Ah!, ¿eres tú, Ben? No te había visto.
—Oye, me voy a nadar. ¿No te gustaría venir? Pero, claro, te gustará más trabajar. Claro que te gustará.
Tom se le quedó mirando un instante y dijo:
—¿A qué llamas tú trabajo?
—¡Qué! ¿No es eso trabajo?
Tom reanudó su blanqueo y le contestó, distraídamente:
—Bueno; puede ser que lo sea y puede que no. Lo único que sé es que le gusta a Tom Sawyer.
—¡Vamos! ¿Me vas a hacer creer que a ti te gusta? La brocha continuó moviéndose.
—¿Gustar? No sé por qué no va a gustarme. ¿Es que le dejan a un chico blanquear una cerca todos los días?
Aquello puso la cosa bajo una nueva luz. Ben dejó de mordisquear la manzana. Tom, movió la brocha, coquetonamente, atrás y adelante; se retiró dos pasos para ver el efecto; añadió un toque allí y otro allá; juzgó otra vez el resultado. Y en tanto Ben no perdía de vista un solo movimiento, cada vez más y más interesado y absorto. Al fin dijo:
—Oye, Tom: déjame encalar un poco.
Tom reflexionó. Estaba a punto de acceder; pero cambió de propósito: —No, no; eso no podría ser, Ben. Ya ves..., mi tía Polly es muy exigente para esta cerca porque está aquí, en mitad de la calle, ¿sabes? Pero si fuera la cerca trasera no me importaría, ni a ella tampoco. No sabes tú lo que le preocupa esta cerca; hay que hacerlo con la mar de cuidado; puede ser que no haya un chico entre mil, ni aun entre dos mil que pueda encalarla de la manera que hay que hacerlo.
—¡Quiá!... ¿Lo dices de veras? Vamos, déjame que pruebe un poco; nada más que una miaja. Si tú fueras yo, te dejaría, Tom.
—De veras que quisiera dejarte, Ben; pero la tía Polly... Mira: Jim también quiso, y ella no le dejó. Sid también quiso, y no lo consintió. ¿Ves por qué no puedo dejarte? ¡Si tú fueras a encargarte de esta cerca y ocurriese algo!...
—Anda..., ya lo haré con cuidado. Déjame probar. Mira, te doy el corazón de la manzana.
—No puede ser. No, Ben; no me lo pidas; tengo miedo...
—¡Te la doy toda!
Tom le entregó la brocha, con desgana en el semblante y con entusiasmo en el corazón. Y mientras el exvapor Gran Missouri trabajaba y sudaba al sol, el artista retirado se sentó allí, cerca, en una barrica, a la sombra, balanceando las piernas, se comió la manzana y planeó el degüello de los más inocentes. No escaseó el material: a cada momento aparecían muchachos; venían a burlarse, pero se quedaban a encalar. Para cuando Ben se rindió de cansancio, Tom había ya vendido el turno siguiente a Billy Fisher por una cometa en buen estado; cuando éste se quedó aniquilado, Johnny Miller compró el derecho por una rata muerta, con un bramante para hacerla girar; así siguió y siguió hora tras hora. Y cuando avanzó la tarde, Tom, que por la mañana había sido un chico en la miseria, nadaba materialmente en riquezas. Tenía, además de las cosas que he mencionado, doce tabas, parte de un cornetín, un trozo de vidrio azul de botella para mirar las cosas a través de él, un carrete, una llave incapaz de abrir nada, un pedazo de tiza, un tapón de cristal, un soldado de plomo, un par de renacuajos, seis cohetillos, un gatito tuerto, un tirador de puerta, un collar de perro (pero sin perro), el mango de un cuchillo y una falleba destrozada. Había, entretanto, pasado una tarde deliciosa, en la holganza, con abundante y grata compañía, y la cerca ¡tenía tres manos de cal! De no habérsele agotado la existencia de lechada, habría hecho declararse en quiebra a todos los chicos del lugar.
Tom se decía que, después de todo, el mundo no era un páramo. Había descubierto, sin darse cuenta, uno de los principios fundamentales de la conducta humana, a saber: que para que alguien, hombre o muchacho, anhele alguna cosa, sólo es necesario hacerla difícil de conseguir.
Este es uno de los pasajes más conocidos de la obra de Mark Twain y con el que se nos presenta claramente qué tipo de muchacho es su protagonista: travieso, inquieto, de inteligencia viva, imaginativo, divertido y sincero.
El libro se nos presenta como una novela de aventuras para jóvenes en el que un chico que quiere hacerse un lugar en la vida, pero como toda obra maestra es eso y mucho más. En esta novela encontramos una muy amena crítica social de las costumbres, los estereotipos y la hipocresía de la época, lo que la convierte en una obra de la que también una persona adulta puede disfrutar, y mucho. Además, cómo no, es una novela de formación o aprendizaje, donde podemos comprobar el cambio que se opera en las personas a través de las experiencias vividas, comienzan siendo niños y terminan siendo adultos.
Un canto a la amistad y una entretenidísima historia para un par de tardes, se tenga la edad que se tenga. Con razón Faulkner dijo de Twain que "era el padre de la literatura americana".
Y para los que sois un poco más perezosos, el Audio completo (no adaptado) de la novela:
Disfrutadla.
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