No parece difícil reconocer al autor de estas obras, al artífice de este David, al del El Juicio Final, al de la Piedad, al del Moisés, o al de la escalera de la Biblioteca Laurenziana. Todas esas obras y otras muchas más son obras maestras del genial artista italiano. Son imágenes perfectamente reconocibles de su autor. Lo mismo que sabemos situarlas sin dificultad dentro del sorprendente Renacimiento italiano que tantos grandes nombres nos dio y que se prolongó durante tanto tiempo (englobo bajo esa etiqueta lo que se conoce como renacimiento tardío y también el manierismo).
Sin embargo, resulta mucho más difícil saber a quién pertenecen estos poemas, aunque no sería demasiado complicado situarlos en la época:
Para Tommaso Cavalieri
Siento cómo un frío rostro que el fuego enciende,
me quema en la distancia y se vuelve hielo;
dos hermosos brazos me subyugan a una fuerza
que siendo inmóvil mueve los otros seres;
único y sólo, por mí asido, un espíritu
que no tiene muerte, mas que de los otros la muerte
urde; le veo y lo hallo atándome el pecho
que era libre, al que sólo rencor sentir me hace.
Señor, de rostro tan hermoso, ¿cómo puede
soportar el mío efectos tan contrarios?
Duro es dar a los hombres lo que tú no tienes.
Y puede, sobre la feliz vida que me arrebató,
actuar como el sol si tú no lo impides,
que calienta al mundo, aunque no esté caliente.
Qué prodigio sería si, ya que ardí y fui
destruido del fuego que afuera se consume,
en el interior pudiese aún arder y doler,
y pedazo a pedazo reducirme a cenizas.
Tan brillante como ardía, vi el lugar
que era origen de mi tortura opresiva,
y con sólo verlo me hizo sentirme alegre,
juegos y delicias para mi muerte y abuso.
Pero el Cielo me ha arrancado el esplendor
del gran fuego que ardía y me alimentaba;
ahora sólo soy brasa, escondida y ardiente.
Mas si amor no me brinda más madera
para aumentar la llama, en mí no habrá
ni una sola chispa, ya todo vuelto cenizas.
Si diste con tu pluma o con colores
a Natura su hermana equiparable en tu arte,
y en realidad en parte le achicaste la gloria,
al devolvernos su belleza más acrecentada,
ahora, sin embargo, con labor más valiosa,
te has puesto a escribir con mano sabia,
y así le robas lo único que de su gloria
le resta y te faltaba, al dar vida a los seres.
Rivales tuvo en cualquier siglo con obras
hermosas, más al menos, le rendían tributo,
cuando a su final señalado por fuerza llegaban.
Pero hiciste que sus memorias tan perdidas
volviesen cargadas de luz, ellos mismos y tú,
a su pesar, para siempre vueltos a la vida.
(Traducción: Guido Gutiérrez).
Sí, Miguel Ángel era un genial escultor, pintor y arquitecto que, como casi todos los artistas de la época, escribía poesía. Aquellas gentes eran hombres y mujeres del renacimiento, y nunca mejor dicho.
He optado por tres sonetos de esta edición, porque tengo gran cariño a los pocos libros que conservo de aquella época en que comprar ediciones más cuidadas no estaba al alcance de mi bolsillo. Para quien se quiera acercar por primera vez a la poesía de Miguel Ángel, la editorial Pre-Textos dispone en su catálogo de un excelente Rimas (1507-1555), en traducción de Manuel J. Santayana. Me gusta más incluso la de Cátedra, Sonetos completos, de la que se encargó Luis A. de Villena, pero es de hace treinta años y está descatalogada.
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