Para la familia y los amigos de Madrid,
a quienes frecuento menos de lo que sería necesario.
La pradera de san Isidro. Goya, 1788. |
Goya compuso esta obra para la Real Fábrica de Tapices. Poco más de 30 años más tarde, cuando habían pasado las guerras napoleónicas, el pintor estaba sordo, en España reinaba un monarca absolutista que había frustrado las ilusiones del pueblo y la Inquisición volvía a campar a sus anchas, Goya plasma la misma escena:
La romería de san Isidro, 1820-23. |
El motivo es el mismo, pero las diferencias son notables, tantas que resulta difícil reconocerlo.
La primera es un encargo de la familia real que nunca se llevó a efecto, porque el pintor, siempre tan personal y mañico, introdujo los elementos y alusiones suficientes como para que el tapiz no pudiera colgar de las paredes de las habitaciones de las infantas a las que iba destinado. Se quedó en simple boceto de 42 x 90 centímetros.
La segunda la realizó para su propia casa. Es un fresco de 4,30 x 1,40 metros. Forma parte de lo que hoy conocemos como pinturas negras. Goya no solamente está sordo y vive aislado, sino que ha perdido la confianza en el ser humano y su visión del mundo se ha hecho mucho más pesimista y oscura.
Quizá sea necesario recordar, para entender mejor cuál era la situación emocional del artista, que en las paredes de su Quinta del Sordo había pintado Saturno devorando a sus hijos, Perro semihundido, Aquelarre, El Santo Oficio y Duelo a garrotazos, entre otros gritos de desesperación de la pintura universal. Las pinturas negras hoy se encuentran en el Museo del Prado.