Harkaitz Cano. Lasarte, 1975.
Obra poética:
VIVIR CON UN TIGRE
En vano indagarás cómo vino a
parar aquí.
Si lo abandonó por descuido o
malicia el anterior inquilino,
si se introdujo por la ventana
subrepticiamente,
si se trata, por qué no,
de una mala jugada del vecino que
odia nuestra colección de discos
o del trabajador de mono azul que
contabiliza todos los meses
el agua, el gas, la electricidad.
Wittgenstein, Cioran, Steiner;
he leído a mis pensadores de
cabecera sin hallar respuesta.
Pero lo sé: tenemos un tigre en
casa.
Pese a sus días sin dar señales
de vida,
ya no nos mostramos, como antaño,
esperanzados ante su posible
marcha;
sabemos que ha de volver, y
vuelve.
Un tigre no es un gato, difícil
acertar,
cuándo se acabarán por
extinguir todas sus vidas.
Su mera presencia nos disuade a
menudo de abandonar la cama.
El tigre debió de habernos
despertado la vocación de cazador, pero no lo hizo.
Tantos hermanos que fuimos, no
estamos ya todos,
mas, ¿hemos de culpar al tigre?
Siempre hubo alguna riña antes
de la partida definitiva
y no pudimos con certeza acusar
al felino de su marcha,
si bien en ocasiones sale a
cuenta tener en casa
a un tigre a quien culpar.
Llegamos tarde al trabajo y nos
decimos: “De no ser por el tigre…”
A veces es cierto, otras veces
no.
Los relojes se retrasan cuando
vives con un tigre,
parece tan temprano que, de
pronto, se ha vuelto demasiado tarde.
Nunca es tan temprano como crees.
Parece mentira que un tigre, con
esas garras,
tenga la capacidad de hacer girar
las manecillas del reloj.
Frase grandilocuente, pero
cierta: un tigre puede parar el tiempo.
Quizá no interpretamos bien los
signos:
cosas que iban faltando en el
frigorífico, armarios revueltos,
prendas rasgadas.
Hay que andarse con mucho ojo,
cuando tienes un tigre en casa.
No es un cachorro, pero quizá
fuese más joven antes.
¿Creció junto a nosotros? ¿Era
un tigre ya adulto desde el principio?
¿No serán, a falta de uno, dos
tigres? ¿Tres tigres, decís?
Vivimos sin poder despejar la
incertidumbre.
En casa no nos ponemos de
acuerdo,
apenas si lo hemos visto alguna
vez de cuerpo entero:
a veces no es sino una leve
sombra a nuestras espaldas,
ora aliento, ora pestilencia:
espía nuestras celebraciones,
escruta nuestros sueños,
recela de nuestras carcajadas,
le intrigan nuestros llantos.
Al girar la cabeza, a duras penas
llegamos a distinguir su cola
arrastrándose suavemente,
desapareciendo.
Huellas en la moqueta,
rugidos selváticos,
crujidos de tarima,
pequeños rastros, casi
imperceptibles,
evidencian que sigue ahí.
Oigo hablar a expertos en la
radio:
que si el tigre esto, que si el
tigre lo otro, que si el tigre lo de más allá…
Y yo me digo: “no hablaríais
así del tigre,
si tuvieseis a uno en casa”.
Tenemos un tigre en casa pero
jamás
hemos cruzado una mirada franca.
Nos dimos prisa por enseñar a
caminar al más pequeño;
temíamos ofender al tigre si
otro diferente a él
gateaba por los pasillos.
Pocos se atreven a visitarte
cuando tienes un tigre en casa.
A menudo olvidamos que vivimos
con un tigre,
las jornadas transcurren sin
apenas acordarnos,
hasta que te lo encuentras de
frente
el día menos pensado:
por ejemplo un miércoles,
digamos que en otoño,
de camino a casa tras el trabajo,
cansados y silbando.
¿Decís que son nobles algunos
tigres?
Un tigre es un tigre, más allá
no me atrevo a afirmar nada.
No es de protección oficial la
vivienda, pero tenemos a un tigre en casa.
Lo hemos pensado a menudo: vender
la casa sin advertir al comprador.
Dejar todas las puertas abiertas
y esperar a que se vaya,
abrir todos los grifos y escapar
nosotros.
Mil cosas hemos pensado, pero al
final, ésa esa la verdad,
puede que nos hayamos
acostumbrado a vivir con él.
¿Puede nacer y desarrollarse el
cariño con respecto a un tigre?
Puede nacer y desarrollarse, pero
un tigre es un tigre
y jamás se desvestirá sus
rayas.
¿Es macho o hembra? ¿Tiene
cincuenta años?
¿Quince? ¿Setenta y dos?
¿Quinientos?
En la sobremesa, mientras
rebuscamos entre las nueces
por él mordisqueadas,
especulamos acerca de su edad:
si ha envejecido, si perdió
reflejos o destreza,
si no se tratará de un gran
engaño,
si no será, al fin, más que un
diablo parásito
oculto tras la careta de un
tigre.
Quisiera escribir con recta
concisión sobre las rayas torcidas del tigre.
Mientras observo a la gente por
la calle, apenas si me atrevo a preguntar:
¿Tienen ustedes tigre en casa?
Confiesen: ¿existe casa sin tigre?
¿No será, quizá, Arañazo el
nombre de la nación que todos habitamos?
¿No dicen, acaso, que todas las
mujeres y todos los hombres somos semejantes?
Vivo con un tigre y, francamente,
a estas alturas no sé si
acertaría a vivir
sin tigre alguno.
Traducción de autor. Poema original, aquí.