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Para Irene, que a veces me pregunta y no siempre le respondo.
Así como otros objetos, creencias, símbolos o imágenes tienen una tradición anterior pagana, el acebo carece de ella y es una invención enteramente cristiana para sustituir, precisamente, al muérdago. En este juego de sustituciones, y teniendo en cuenta en qué consisten las fiestas navideñas católicas, se creó rápidamente la simbología que este árbol ofrecía de modo natural y generosamente: los frutos rojos eran las gotas de sangre y las espinas eran las de la corona con que adornaron a Jesús de Nazaret. Si se conseguía suplantar al acebo por el muérdago, se olvidarían también las creencias y costumbres paganas.
A pesar de todo, durante la Edad Media y la Edad Moderna el acebo no consiguió desplazar al muérdago como adorno típico navideño y, mucho menos, como elemento que protege y aporta felicidad. Las creencias son duras de pelar. Sin embargo, cuando entra en juego la maquinaria publicitaria de revistas y postales a partir del XIX y empieza a ser claramente mayoritaria la población urbana —y, por tanto, se olvidan las tradiciones agrarias—, los colores rojo y verde se imponen definitivamente. Y tuvieron tal éxito esos colores que el arbolito casi desaparece, de tal forma que hubo de ser protegido por ley para que las hordas navideñas no acabaran con él. Cosas del querer.