Este es el poema que el propio Carlos Bousoño lee en la grabación que aparece aquí. Es el último poema de la colección Oda en la ceniza. Apareció grabado en el CD que acompañaba a la famosa antología Mil años de poesía española que en 1996 publicó la editorial Planeta, todavía hoy, afortunadamente, a la venta.
A Ángel Gonzalez
En el desván antiguo de raída memoria,
detrás de la cuchara de palo con carcoma,
tras el vestuario viejo ha de encontrarse, o junto al muro
desconchado, en el polvo
de siglos. Ha de encontrarse acaso más allá del pálido gesto de una mano
vieja de algún mendigo, o en la ruina del alma
cuando ha cesado todo.
Yo me pregunto si es preciso el camino
polvoriento de la duda tenaz, el desaliento súbito
en la llanura estéril, bajo el sol de justicia,
la ruina de toda esperanza, el raído harapo del
miedo la desazón invencible a mitad del sendero que conduce al torreón derruido.
Yo me pregunto si es preciso dejar el camino real
y tomar a la izquierda por el atajo y la trocha,
como si nada hubiera quedado atrás en la casa desierta.
Me pregunto si es preciso ir sin vacilación al horror de la noche,
penetrar el abismo, la boca del lobo,
caminar hacia atrás, de espaldas hacia la negación
o invertir la verdad, en el desolado camino.
O si más bien es preciso el sollozo de polvo en la confusión del verano
terrible, o en el trastornado amanecer del alcohol con trompetas de sueño
saberse de pronto absolutamente desiertos, o mejor,
es quizá necesario haberse perdido en el sucio trato del amor,
haber contratado en la sombra un ensueño,
comprado por precio una reminiscencia de luz, un encanto
de amanecer tras la colina, hacia el río.
Admito la posibilidad de que sea absolutamente preciso
haber descendido, al menos alguna vez, hasta el fondo del edificio oscuro,
haber bajado a tientas el peligro de la desvencijada escalera, que amenaza a ceder a cada paso nuestro,
y haber penetrado al fin con valentía en la indignidad, en el sótano oscuro.
Haber visitado el lugar de la sombra,
el territorio de la ceniza, donde toda vileza reposa
junto a la telaraña paciente. Haberse avecinado en el polvo,
haberlo masticado con tenacidad en largas horas de sed
o de sueño. Haber respondido con valor o temeridad al silencio
o la pregunta postrera y haberse allí percatado y rehecho.
Es necesario haberse entendido con la malhechora verdad
que nos asalta en plena noche y nos devela de pronto y nos roba
hasta el último céntimo. Haber mendigado después largos días
por los barrios más bajos de uno mismo, sin esperanza de recuperar lo perdido,
y al fin, desposeídos, haber continuado el camino sincero y entrado en la noche absoluta con valor todavía.
(Nos vemos el lunes a las 5:30 en la biblioteca)
tras el vestuario viejo ha de encontrarse, o junto al muro
desconchado, en el polvo
de siglos. Ha de encontrarse acaso más allá del pálido gesto de una mano
vieja de algún mendigo, o en la ruina del alma
cuando ha cesado todo.
Yo me pregunto si es preciso el camino
polvoriento de la duda tenaz, el desaliento súbito
en la llanura estéril, bajo el sol de justicia,
la ruina de toda esperanza, el raído harapo del
miedo la desazón invencible a mitad del sendero que conduce al torreón derruido.
Yo me pregunto si es preciso dejar el camino real
y tomar a la izquierda por el atajo y la trocha,
como si nada hubiera quedado atrás en la casa desierta.
Me pregunto si es preciso ir sin vacilación al horror de la noche,
penetrar el abismo, la boca del lobo,
caminar hacia atrás, de espaldas hacia la negación
o invertir la verdad, en el desolado camino.
O si más bien es preciso el sollozo de polvo en la confusión del verano
terrible, o en el trastornado amanecer del alcohol con trompetas de sueño
saberse de pronto absolutamente desiertos, o mejor,
es quizá necesario haberse perdido en el sucio trato del amor,
haber contratado en la sombra un ensueño,
comprado por precio una reminiscencia de luz, un encanto
de amanecer tras la colina, hacia el río.
Admito la posibilidad de que sea absolutamente preciso
haber descendido, al menos alguna vez, hasta el fondo del edificio oscuro,
haber bajado a tientas el peligro de la desvencijada escalera, que amenaza a ceder a cada paso nuestro,
y haber penetrado al fin con valentía en la indignidad, en el sótano oscuro.
Haber visitado el lugar de la sombra,
el territorio de la ceniza, donde toda vileza reposa
junto a la telaraña paciente. Haberse avecinado en el polvo,
haberlo masticado con tenacidad en largas horas de sed
o de sueño. Haber respondido con valor o temeridad al silencio
o la pregunta postrera y haberse allí percatado y rehecho.
Es necesario haberse entendido con la malhechora verdad
que nos asalta en plena noche y nos devela de pronto y nos roba
hasta el último céntimo. Haber mendigado después largos días
por los barrios más bajos de uno mismo, sin esperanza de recuperar lo perdido,
y al fin, desposeídos, haber continuado el camino sincero y entrado en la noche absoluta con valor todavía.
(Nos vemos el lunes a las 5:30 en la biblioteca)