Exposición Museo San Telmo |
No siempre que empezamos un camino llegamos al final.
En esta exposición no vamos a encontrar obras maestras, ni vanguardistas. No vamos a encontrar grandes hitos de la pintura del cambio de siglo (XIX-XX). Nos vamos a encontrar con lo cotidiano, con el transcurso de la vida estadísticamente más representativa, es decir, con la realidad de la mayoría de los seres humanos. Dedicarse al arte era y es muy complicado. Además de talento y estilo propio, hay que tener grandes dosis de suerte y contar con los apoyos necesarios para poder sobrevivir en ese mundo.
A mí lo que me gusta de esta aparentemente trivial exposición es que nos devuelve a la "normalidad", al hecho cotidiano y general. A la vida que se manifiesta de múltiples maneras y contra la que es muy difícil luchar a brazo partido para destacar como ser único y maravilloso. Porque, acaso, ser único puede que signifique formar parte de la corriente de la vida y saber estar a la misma altura media de las personas con las que compartimos tiempo y ganas.
Ya me gustaría a mí ser capaz de manejar los pinceles y poder firmar algo parecido a la más mediocre de las obras que se recogen en la exposición. Eso que significaría ser extraordinariamente bueno con el óleo, no es nada, en cambio, si queremos formar parte de la historia de la pintura. El sueño de Aquiles se rompe. El mito del héroe se pierde en la niebla del diario acontecer.
En ese caso, sobrevivir es lo más sensato. Seguramente así lo entendió Ángel Cabanas Oteiza y se dedicó a componer cuadros costumbristas con un cierto tono humorístico, de tal forma que la nostalgia de la tierra al otro lado del Atlántico pudiera quedar paliada a la vista de un País Vasco idealizado y entrañable. Los emigrantes vascos fueron sus mejores clientes. No necesitaban arte, sino sentirse cerca de casa.
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