¡Qué gran cosa son las bibliotecas!
Ayer me di una vuelta por la biblioteca de la pequeña ciudad en la que vivo sin otra intención que devolver los ejemplares que había estado utilizando. Pero los libros me llaman. No iba en busca de ninguno, sólo tenía que devolver los que ya había leído. No pude alejarme sin echar un vistazo por la zona dedicada a la poesía. Fui repasando los lomos y diciéndome a mí mismo que no cogiera ninguno, que ya tenía bastante literatura atrasada en casa como para llevarme otros. Inútil intento.
De repente se alzó ante mi la poesía reunida de Agustín Delgado, de quien lo ignoro todo, pues, confieso mi ignorancia, nunca había oído hablar de él. Comprenderéis que no podía dejarlo allí. Poco después tropiezo con otro que despierta mi curiosidad, el que aparece en la foto. Repaso el índice y vuelvo a descubrir mi más profunda ignorancia por segunda vez. Compruebo que de la larga lista de nombres hay un montón de los que tampoco sé absolutamente nada. Lo cogí y me acerqué con mis dos nuevos tesoros al mostrador de la biblioteca.
La biblioteca de mi pueblo es una pequeña biblioteca y, sin embargo, yo no podría de ninguna manera competir con ella. Ni mi casa puede albergar los títulos que ella recoge, ni mi sueldo adquirirlos. Y ahí está la biblioteca. Pequeña, humilde, recoleta y, no obstante, dispuesta a ofrecerme sus socializados ejemplares y a recordarme, de paso, que no soy nada más que un aspirante a aprendiz, que mis lecturas ni tan siquiera dan para reconocer los autores que figuran en los lomos de los libros que se guardan en la pequeña biblioteca de al lado de mi casa.
¡Qué gran cosa son las bibliotecas y qué pequeño mi conocimiento!
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