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PARÁBOLA DE LA LOMBRIZ
Cuando aparecieron las grandes religiones
anegaron la vida con sus ritos
y sus ceremonias,
no dejaron espacio alguno
en el que poder vivir con libertad.
Se ocuparon de todos los detalles
hasta tal punto que sin necesidad
de centinelas vigilaban,
y en soledad, nadie estaba solo.
Dentro de cada uno
pusieron un gusano repelente
que guiaba nuestros pasos,
y cuando alguien se desviaba del camino,
lo atormentaba
día y noche,
noche y día,
sin interrupción posible.
Para refinar más el castigo
inventaron el más sofisticado artificio:
si alguien pensaba escapar del sufrimiento
poniendo fin al mismo acabando con su vida,
el terco anélido le haría saber
que el tormento sería aún mayor
a partir, precisamente, de ese instante.
A la lombriz le dieron el nombre de remordimiento.
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