Padre de todos los abismos, madre que da vida a las grutas salobres, suprema fuerza del magma, centro informe del octógono,
hediondez que revela el mentir de los perfumes,
raíz de los espíritus viscosos revestidos de perfección,
soy la consciencia asesina del perpetuo efímero,
aquel que encerrado en el sótano del mundo hace temblar las torres de la fe,
el que de rodillas devora los pies del crucificado, el que exhibe sin pudor
una vagina huracanada, el que viola el huevo pedregoso de la santidad, el que hunde
su verde falo en el sueño malsano de los beatos, el que defeca majestuoso
sobre los ejes carcomidos de la razón. Sañuda medusa de las perversiones
abro con mis veinte garras la panza de una virgen para untar un pan.
¿Quién en las celestes moradas osa elevar la voz?
¿Quién se atreve a juzgarte, infame Creador
Humillados ocultan el rostro entre las alas
aceptando tu pérfida luz. En la cloaca humana sólo yo alzo la antorcha
que exalta a las tinieblas, sólo yo con voz de lepra te exijo el fin del suceder.
Médula sin hueso, gacela que se escapa de mis dientes, quiero que conserves el instante,
que nada cambie, que las moscas igual que las estrellas zumben fijas en el aire.
Potencia que abate los límites, cobra que hipnotiza el ojo de las puertas,
tú que has olvidado la belleza del esplendor material, despreciado el lado oscuro,
las inagotables formas de la pasión que determinan el destino del pobre,
el éxtasis de darle la espalda a toda ley, la interna hermosura del diamante sucio,
los gemidos morbosos de las esferas subalternas, la insigne cristalización del ego,
la lujuria delirante de los sexos que maldicen la reproducción,
déjame entrar donde quiero, adorar al dinero porque hiede, establecer jerarquías y colocarme en la cima,
pensar en el fruto y no en la obra,
robar lo que me pertenece, matar hasta saciar mi bestia, lograr el triunfo sin respetar
el corazón ajeno, quitarle los frenos al hocico del celo,
aportar al hombre un regalo magnífico: la ausencia total de la moral,
para que nunca más le angustien las tinieblas y pueda verse en mí, su espejo negro.
Sumido en el mundo de las apariencias, sombra donde duermes, dios vivo,
hijo de tus sueños vago en busca del alma que se me ha extraviado.
¿Tendré derecho a dar la orden que expulse a las arpías, el brazo fuerte para manejar el hacha
cortando ramas donde sus cuernos se han enredado?
¿Me dejarás abrirle el páncreas para extraer el objeto nocivo, disolver
el espejismo donde vive como imagen tuya? Quien anda perdido es el cazador
y no la presa: rescatar el alma es dejarse devorar por ella.
Corola que se apropia de los pétalos del mundo me abro más allá de las fronteras:
desciende con tus rayos, penétrame hasta el fondo.
Que el pantano de los reinos inferiores sea reconocido,
que en la substancia etérea sea yo el que obligue
al átomo a constituirse, que yo rompa tu unidad,
y te multiplique en infinitos centros, que la energía del yo interior
sea transmutada en fuerza utilizable, que la conciencia sea inundada
por la impenetrable noche de mi risa, que sea yo la tentación suprema,
el ácido devorante, hasta que el hombre cese de despreciar la vida,
se haga invulnerable, subordine los poderes del instinto, sea maestro
de los gnomos de la tierra, de las ondinas del agua, de los elfos del aire
y de las salamandras del fuego. Déjame ser la sagrada bestia en donde anida un ángel.