Lo típicamente tópico es acudir a la selva de Irati en otoño. La belleza de este bosque en otoño es extraordinaria, es verdad, pero no es menos grata en primavera. Y si estamos en un día de temperatura muy alta —tal y como están siendo las temperaturas de esta semana— adentrarse en el segundo hayedo más extenso de Europa puede resultar un baño de frescor que no tiene precio, además de un placer estético intenso.
Hablar de Irati, sus rutas y rincones es tarea inagotable. Lo mejor es dejarse llevar por los pies y adentrarse en este regalo de la naturaleza que se extiende por más de 17.000 hectáreas de terreno. Pero si sois de esas personas que gustan de ir a los lugares desconocidos con la máxima organización y todo bajo control, la página web selvadeirati.es os ofrece una descripción detallada de 19 rutas con todos los detalles.
Fuera de él, por muy poco, pero fuera de sus límites, se encuentra la cueva de Harpea (también la encontraréis escrita sin hache). No es un lugar de fácil acceso, pero el entorno, la mitología y la geología hacen de este rincón de los Pirineos un sitio fascinante.
Para quienes no sepan euskera, harpea significa bajo las piedras, y es la mejor descripción del lugar. Muchos miles de toneladas de piedras colocadas en capas sucesivas en forma tienda de campaña, o de v invertida, forman ese pequeño refugio natural.
Y también está el encanto de saber que las creencias ancestrales dijeron de él que era uno de los lugares donde vivían las lamias, esos seres mitológicos femeninos que en el mundo vasco tenían pies de pato, vivían en torno a ríos —a los pies de la cueva circula un refrescante arroyo—, peinaban sus hermosas cabelleras con peines de oro y eran siempre muy bellas, lo que llevaba al colectivo masculino de la humanidad a enamorarse perdidamente de ellas.