Robert Streater, pintor de Carlos II, fue el encargado de realizar las pinturas que decoran el techo del teatro Sheldonian. Fue un artista destacado en su época y muy admirado por el dominio que tenía de la perspectiva y el escorzo. Seguramente este fue su trabajo más admirado por sus contemporáneos, tanto que el poeta Robert Whitehall realizó una descripción en verso del mismo donde se dice:
That future ages must confess they owe
To Streeter more than Michael Angelo.
(que las edades futuras deben confesar que deben más a Streater que a Miguel Ángel).
Ignoro si la alabanza de Whitehall era sincera, si estaba motivada por la relación con el pintor o si era una simple necesidad de la rima. Al poeta Whitehall la historia lo ha olvidado y a Streater lo ha colocado en un lugar poco destacado de la historia del arte. El tiempo —es decir, los sucesivos trabajos académicos— suele encargarse de colocar a cada cual en su sitio, que no otra cosa es el famoso canon, y cuya nómina podemos encontrar recogida en los textos escolares.
La verdad es que valorar una obra artística es harto difícil. La crítica no es una ciencia y la actividad humana que tiene que ver con la expresión estética está demasiado impregnada de gustos personales, de circunstancias históricas, de modas pasajeras y de tensiones afectivas. Todo eso constituye un conjunto de elementos muy difícil de manejar con un mínimo de objetividad.
La historia del juicio estético está llena de grandes patinazos. Atreverse a evaluar si un artista será reconocido en el futuro es de un atrevimiento sublime, por muy seguros que estemos del valor artístico que posee para nosotros que compartimos gustos y circunstancias históricas. Predecir lo que vaya a ocurrir en el futuro suele ser un juego de prácticas adivinatorias más que de análisis serios.
Mucho más sencillo es emitir una opinión razonada cuando nos referimos a la obra de artistas que forman parte de la historia de la música, el arte o la literatura. En estos casos disponemos de muchos elementos de contraste y evaluación, aunque solamente sea por el depósito de aluvión que se ha ido generando. Y, aun así, no es del todo extraño encontrar profundas meteduras de pata. ¿Es necesario recordar la opinión que tenía Tolstoi sobre Shakespeare, por citar un solo ejemplo?
Si personas con una sensibilidad extraordinaria, con una capacidad fuera de lo común en su terreno y con unos conocimientos técnicos del área en la que trabajan muy superiores al común de los mortales caen en sonoros patinazos, qué podemos esperar de nosotros mismos que no estamos adornados con tantos dones y virtudes. Por eso, el mejor recurso que nos queda es comentar lo que nos atrae desde la humilde tarima de nuestros propios gustos y aficiones, sin la pretensión de universalizar nuestros criterios.