Retrato de los embajadores. National Gallery. Imagen tomada de Wikipedia |
Este constante latiguillo, este recordar que somos polvo y que la vida pasa en un suspiro, este perpetuo tener en cuenta que lo mundano no vale nada, tuvo tanta influencia en otras épocas que no había manera de encontrar actividad o expresión humana que no aludiera a él de alguna forma, especialmente en el barroco católico europeo.
Holbein el Joven (¿1497?-1543) también nos lo recuerda con ese anamorfismo situado de manera flotante en el primer plano. Tan extraña forma en una obra maestra de impecable factura fue "descubierta" por el historiador del arte lituano Jurgis Baltrusaitis. Ahí aparece la calavera, en todo su esplendor, si miramos el cuadro desde una posición muy angulada. Otro recordatorio del mismo tema, si os fijáis bien, lo encontramos en la parte superior derecha, detrás de las lujosas cortinas. Ampliad la foto y buscadlo.
Personalmente, aprecio más la representación de objetos que se recogen en la mesa situada entre el embajador Jean Dinteville y su amigo el obispo Georges de Selve. Disfruto más el realismo detallista con que están representados y me siento más próximo al mensaje que nos quieren transmitir. Solamente el esforzado estudio puede llevarnos al conocimiento de la realidad.
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Para saber más sobre esta obra: - Artículo de Wikipedia.
- Imágenes de gran tamaño.
- Y un clásico sobre esta obra: Holbein´s Ambassadors. The Picture and the Men. Mary S. Harvey.