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Pero no es la biografía la que me interesa ahora, sino su producción. Este hombre brillante y sorprendente, perteneciente a una generación extraordinaria de científicos, no se conformó con ofrecer a la mecánica cuántica la imprescindible ecuación que lleva su nombre. Dio a la biología un par de ideas notables, ejerció la reflexión filosófica, trabajó como pocos por hacer del conocimiento una herramienta sin compartimentos estancos y, además, escribió poesía.
No, en poesía no abre nuevos caminos, ni escribe poemas que la humanidad guardará en su memoria. Pero tiene unos cuantos textos más que notables para no haberse dedicado a este negocio. Schrödinger no participa de escuelas ni de movimientos, se deja llevar por su propia intuición e impregna sus textos de un cierto ambiente romántico, que es seguramente el más universalmente extendido cuando alguien se pone a escribir poesía. Así, el amor, la persona amada, se convierte en el sujeto que da sentido al mundo — Si no existieras tú, quién querría afrontar / la necia luz del día—.
Las poco más de cuarenta composiciones están agrupadas en tres apartados: poemas en alemán, poemas en inglés y otros poemas. Sin embargo, el título, inteligentemente editado, tiene un valor más allá de la producción poética, o tal vez deba decir que tiene un valor poético añadido por cómo ha sido editado.
Acompañan a las poemas fotografías de Adriana Veyrat, que, a su vez, están acompañadas por textos del propio Schrödinger y que refuerzan tanto el sentido poético como estético de la poesía del autor. Además, en una especie de bucle del significado, disponemos de un diálogo entre Sagredo, Salviati y Simplicio, con una de esas paradojas que tanto le gustaban al físico.
Cierran y abren el libro, respectivamente, un interesante prólogo de Félix Schmelzer y un bellísimo epílogo de Clara Janés, traductores a dos de los textos del austriaco. Sin duda, una edición estupenda, como suele ser habitual en la casa.
OCTUBRE EN MERANO
¿Ves por la ladera las uvas oscuras voluptuosas,
tan dulces y plenas porque son las últimas?
El sol brilla y abrasa como en agosto.
Aún cuelga amarrado en el azul el viento glaciar.
Púrpura brasa que soleada convida
a la boca al sabor, tuya es en fidelidad.
¿Qué importa, pues, si también el próximo brote
en ti o en otros causa alegría?
Entonces a su áspera salida empuja
el año maduro. La siguiente noche traerá la helada.
Las nubes ya ascienden y antes de que nos demos cuenta,
del viticultor, cubrirá el hielo la cosecha benévola.