domingo, 9 de septiembre de 2018

POEMA DEL FIN, MARINA TSVETÁIEVA


Monika Zgustova nos advierte en el epílogo de El canto y la ceniza que este extraordinario poema es la pasión más pura. Es el sufrimiento de la pasión amorosa. Si en los siglos pasados los poemas épicos narraron aventuras y acontecimientos colectivos, en el siglo XX los poemas largos son monólogos interiores que hablan de las vivencias más íntimas del hombre. Este es el caso del Poema del fin. El encuentro de dos enamorados; un intercambio de sensaciones, más que de palabras, que tiene lugar entre ellos; la decisión de romper. Nada más (...) Lo único que cuenta son las sensaciones, los sentimientos, las emociones (p 287). 


1

Contra el herrumbroso cielo de hojalata,
como un poste, como un dedo.
Donde siempre, él.
Como el destino.

—Menos cuarto. Puntual ¿eh?
La muerte no espera.
Ligero, su sombrero
se alza.

Entre pestañas, el reto.
Los labios, prietos,
Un saludo —inclinación
de cabeza—, grave.

—Menos cuarto. ¿Puntual?
Miente la voz.
¿Qué ocurre? —se ahoga el corazón.
¡Alerta!  —advierte la cabeza.

El cielo de la malaventura,
hojalata oxidada,
Él, donde siempre.
Las seis en punto.

El beso de corcho en los labios,
mudo,
como quien besa la mano
a una dama anciana o a un muerto.

Un transeúnte apresurado
me clava el codo en la cintura.
Estridente, cercaba,
una bocina.

Ulula, brama,
aúlla como un perro con rabia.
(La vida se te agolpa
cuando mueres.)

Ayer —a media máquina,
hoy —hasta las estrellas.
(Este es el momento de exceso:
o todo o nada.)

Por dentro: ¡amor, amor!
—¿Qué hora es? —Las siete ya.
—¿Vamos al cine o…?
Un estallido: —¡Vamos a casa!


2

Hermandad de los nómadas
—a esto nos llevas.
Una tormenta,
sobre la cabeza, la espalda:

horror en las palabras
que esperamos.
Como una casa en ruinas,
son las palabras a casa.

Las grita el niño con desgarro:
¡vamos a casa!
Casi un bebé ya había dicho:
¡Dame! ¡Es mío!

Hermano mío en los excesos,
fiebre mía, escalofrío.
Mientras todos piden salir,
tú dices sólo: ¡a casa!

Caballo que da tirones al ronzal.
—¡Arriba!— la soga hecha pedazos.
—No hay casa para nosotros.
—Sí, aquí mismo, a diez pasos.

La casa de la montaña. —¿O más
alta tal vez? ¿La casa en la cumbre?
La ventana justo bajo el tejado. —No sólo
por el fuego de la aurora, encendida, ¿verdad?

De nuevo: la vida —o sea,
la exactitud de los poemas.
Casa, es decir: ahí
afuera, en la noche.
(Oh, ¿a quién confiar

El tormento, la pena?
¿Mi angustia, más verde que el hielo?)
—No pienses tanto en ello.
Sopesando respondo: —Sí.


3

El muelle. Me aferro al agua
como al más firme puntal.
Jardines suspendidos
de Semíramis: aquí están.

Esta franja de acero, sombrío
tornasol de metal, agua
a la que me aferro lo mismo que al libreto
la cantante o el ciego a las ásperas

paredes… ¿No me devuelves
nada? Me inclino al consuelo
benigno de la sed, me aferro a ella
como al borde de la cornisa quien camina

dormido…
              No es por el río —¡soy náyade
de nacimiento!— este escalofrío. Me aferro
al agua como si fuera la mano del amante
que fiel está a mi lado…

                                  Fieles
son siempre los muertos —no todos traen
consuelo… La muerte a mi izquierda
y, a mi derecha, tú. Mi costado
derecho, como muerto.

Se abre paso, de pronto, una luz.
Risas vulgares de tambor de feria.
—Tú y yo deberíamos…
                                 (Escalofrío)
—¿…Tendremos valor?


4.

Capas de niebla clara,
olas de gasa.
Densas, humosas,
ruidosas. ¿A qué huele?
A prisa enloquecida,
a tratos, chismorreos,
apaños comerciales,
y colorete en las mejillas.

Solteros con anillo.
y viejos de pose juvenil.
Todos ríen, bromean,
y, por debajo, calculan.
Con calderilla o con billetes,
sin remedio, manos sucias.
… Afanes comerciales,
y colorete en las mejillas.

(Por encima del hombro: —¿Es
ésta nuestra casa? —¡Desde luego, no mía!)
Uno firma cheques
otro, besa un guante
de satén, el tercero se ocupa
de un zapatito de charol.
… ¡Oh bodas comerciales!
y colorete en las mejillas.

Picos de plata: en la ventana
la estrella de Malta.
Se besuquean, se abrazan
y se acarician, se mecen…
(Perdón: huele a restos
del banquete de ayer.)
Acuerdos comerciales
y, en las mejillas, colorete.

¿Corta, la cadena? ¡Ni hablar!
Y es de platino, no de latón.
La triple papada tiembla
de un toro cenando ternera.
El diablo, el cuello azucarado
y cuernos de satén. Pequeños
descalabros comerciales
y, colorete en las mejillas, pólvora
de Berhold Scharz…
                            varón
talentoso, generoso.
—Tu y yo deberíamos hablar.
—¿Tendremos valor?


5.

Espío un signo en sus labios,
pero bien sé que no hablará.
—¿Ya no me quieres? —Sí, te quiero.
—No, no me quieres. —Me siento cansado,

triste, consumido. Me siento acabado
(La mirada, altiva, por la sala.)
—¿Es esto nuestra casa?
—La casa está en nosotros. —¡Bonitas palabras!

El amor es de carne y de sangre,
flor que con sangre propia se riega.
¿Crees que es amor
un rato de charla en la mesa?

¿Y después, como ellos —damas
y caballeros—, cada uno a su casa?
El amor no es sino…
                             ¿sagrario?
¡Qué palabra! Mejor decir: llaga,

cicatriz. ¿Bajo los ojos de camareros
y borrachos? (Y por dentro:
el amor es este arco tenso,
es decir: ruptura. Ruptura.)

—Amor significa unión, y nada ya
nos une, ni labios ni vida. (Oh, no
me des la malaventura, te rogué
al comienzo de nuestra intimidad,

en aquella hora cercana a la cumbre
y la pasión. Ya humo —Memento:
eso es amor —dejar que se queme el don
¡siempre en vano! En el fuego.)

Los labios —grieta en la concha— lívidos:
sonrisa de intendente. —Primero,
una cama común.
                          ¿Abismo,
quieres decir? Tamborileo

de dedos en la mesa. —¿No querrás
mover montañas? Amor
significa…
              —Mío.
—Ya entiendo. ¿Conclusión?


                    ***

El ritmo de los dedos en la mesa
se acelera. (Cadalso.)
—Vámonos. —Yo hubiera preferido:
muramos. Sería más sencillo: muramos.

Basta de banalidades: basta
de viajes, versos, hoteles, tranvías…
—El amor significa la vida.
—No, otro nombre le daban los antiguos…

                                                                                     —¿Entonces?
Aprieta el puño —un pez muerto—
el pañuelo. —¿Nos vamos?
—¿Adónde? Elige: precipicio, bala, veneno…
La muerte —en claro.

—La vida. Como un cónsul romano
que evalúa —águilas ojos— lo que queda
de sus huestes.
                      —Rompamos, pues.


6.

—Lo que yo quería no es eso.
No, no es eso. (Por dentro:
del cuerpo es la voluntad. Tú y yo
desde hoy somos almas

el uno para el otro…) —Y él, no lo decía.
(Sí, cuando el tren ya arranca
dejáis a las mujeres el triste honor
de la ruptura…) —¿Será un malentendido?

¿He oído mal? (Oh, galante
embustero que ofreces a la amiga,
como una flor, el falso honor
de la ruptura…)

                      —¿Seguro?
¿La palabra, letra a letra,
que has dicho es: rompamos?
(Como quien deja
caer en el más dulce

de los excesos un pañuelo…) —Ah, César
de este combate. (Y te atreves
a entregar —sutil ataque— como trofeo
al enemigo la espada que blandía.)

Él sigue. (Los oídos me zumban.)
—Me inclino ante ti: eres la primera
que se me adelanta en la ruptura.
—Se lo dices a todas, ¿verdad?

Sin duda: una jugada
digna de Lovelace. El gesto
que tu orgullo blande, a mi
me arranca la carne

del hueso. —Risa. Y con ello,
la muerte. Un gesto. (Ningún deseo
-desear es lo propio de otros, nosotros
somos sólo sombras

ya uno para el otro…) Clavado está
el clavo último, atornillado
el último tornillo de esta caja de plomo.
Un ruego todavía: no hables de mí

a ninguna de las que me sucedan.
(Así gritan los heridos, y ven cómo llega
la primavera desde la camilla.) —A ti
lo mismo te pediría.

¿Mi anillo como recuerdo?
—No. —Mirada nublada, errante:
está ausente. (Ponme —como sello—
en tu corazón, ponme como anillo

en tu dedo… ¡Nada de dramas!
Me lo trago.) Ronco y seductor:
—¿un libro, quizá? —¿También a todas?
—No. Y no escribas ya,

nunca más, libros…


                 ***

No, eso no.
Llorar, eso no. No
Llorar.

Nosotros, hermanos,
pescadores errantes
bailamos —no lloramos.

Bebemos, no lloramos.
Con sangre ardorosa pagamos
—no lloramos.

Hundimos en el vino
las perlas —somos reyes
del mundo —no lloramos.

—Me voy, pues. Mis ojos
le atraviesan. Arlequín al fin
como un hueso la lanza
a su fiel Pierrette la más indigna

primicia: el honor del fin.
Efecto de telón. La última
palabra. Un poco de plomo
en el pecho sería más dulce,

más cálido, más puro…
                                 En los labios
clavados los dientes. No
lloraré.

Lo más duro
en lo más tierno.
No he de llorar.

Hermanos errantes,
Morimos —no lloramos.
Ardemos —no lloramos.

En ceniza y en canto
ocultamos al muerto,
errantes hermanos.

—¿Primero yo? ¿He de ser yo la primera?
¿Cómo en el ajedrez? Aunque también
las primeras nos llaman
al cadalso…
                       —Va,
pero no me mires. (A borbotones
brotan, en cascada. ¿Cómo hacer que el agua
regrese a los ojos?) No,
no me has de mirar,

te vuelvo a decir.

Con voz fuerte y clara
y mirada segura:
vámonos, mi amor,
tengo que llorar.


                    ***

Una imagen aún —en medio
de las huchas vivientes, prósperos
comerciantes, luce una nuca rubia
—trigo, centeno, maíz.

Rizos de amazona que escarnecen
del Sinaí los mandamientos,
melena de oro viejo, joya fulgurante,
tesoro inagotable de consuelos.

(Y para todos.) No siempre avara en el reparto
la naturaleza, prodiga aquí sus bienes.
¿Desde dónde emprender el retorno,
cazadores, de esos dorados

trópicos? Su áspera desnudez
excita, atiza el lagrimal
—oro en cascada, voluptuosidad
risueña y fulminante.

—¿Verdad?— Los ojos acarician,
seductores. Cada pestaña —obsesión.
Cadencia de los mechones dorados,
gesto que sojuzga subyugando.

Ah gesto: desnudas el vestido,
sonrisa-mueca, más simple
que comer y beber. (Aún hay en ti
esperanza de cura. Para ti, sí.)

¿Así que seremos como hermanos?
Buena aliada en la alianza de la vida.
—¿Te ríes y no has acabado de enterrarlo?
(Yo ya lo he enterrado —y me río todavía.)


7.


Después —el muelle. El último. Fin.
Des-compartidos y sin manos
seguimos, como dos vecinos reñidos,
sin animo. Sube el llanto del río.

Sal de mercurio a raudales
lamo sin miedo: hoy
no deja el cielo brillar
la luna grande de Salomón.

Poste. Oh romperse, hasta la sangre,
la frente contra él. Desmenuzarla, hacerla
polvo. Compinches asesinos,
despavoridos vagamos. (Víctima —el Amor.)

Basta. ¿Han de ir separados los amantes?
En la noche. ¿A dormir —no juntos?
¿Con otros? —¿Comprendes que el futuro
esté ahí? Me roza re-unión.

—Pareja de recién casados… —Domir.
—Dormir. —Ni el pie acompasado
ni el mismo ritmo. Ruego: —Tómame
del brazo, no marchemos como presos.

Eléctrico. (Como si su alma
tocase mi mano. —La mano en la mano.)
El contacto se vuelve bruscamente
rayos y fiebre.

                    Ha tocado
su mano mi alma. Me aprieta —todo de pronto
arco iris. Mas irisado que las lágrimas,
qué hay. Telón de lluvia, perlas. No
hay muelles que se acaben así.

                                             El puente:
—Y ahora, qué. ¿Qué, ahora, aquí? (Galopa,
coche fúnebre.) Ca-almada mirada.
—Vamos a casa, ¿quieres?
Ahora. Por última vez.

8.

El puente último.
(No dejaré tu mano,
                             que es mi prenda.)
El último puente,
el peaje postrero.

Agua y cielo.
Cuanto monedas,
pago de Caronte,
paso de Leteo.

Sombra de la moneda,
en la mano de sombra.
Monedas sin sonido.
De sombra deposita

en la mano monedas. De sombra.
Sin tintineo, sin brillo,
entrégaselas: a los muertos
les bastan los sueños.

Puente.


                 ***


Refugio, amparo
de los amantes sin esperanza.
Puente — es — pasión.
Siempre entre pasos.

Un nido me procuro. Tibio
es el costado —me acurruco.
Ni antes ni después:
el lugar de una chispa.

Ni manos ni pies, mis huesos
lo confirman: sólo en tu costado
cobra mi costado
vida.

Vivo en mi costado derecho.
Todo en él —oído y eco.
Como la yema en la clara
y el esquimal en su piel,

así me aprieto.
¿Siameses, cómo podéis sostener
que algo os une?
Y aquella mujer —la que no olvidarás,

pues la llamabas madre—
al llevarte bajo el corazón,
en su quieto triunfo
no te tuvo más cerca.

Unidos vamos en un nudo
—contra tu corazón me acunabas.
¿Me tiro abajo?
No, dejaría tu mano

para ello, de la que nada
me va a poder desprender.
Puente —y no marido:
amante —y desencuentro.

Puente, tú nos preservas.
El río, de nuestro cuerpo
se llena. Garrapata soy, hiedra:
arráncame de raíz.

Hiedra y garrapata, si.
Hazlo con crueldad, sin clemencia.
Me has arrojado viva,
como una cosa, a mi

que he carecido siempre,
en este mundo vacío, de respeto
por nada.
              Dime que sueño,
que es de noche, que llegará

el alba con un expreso
a Roma, a Granada tal vez…
Almohadones de nieve
al Himalaya desde Mont Blanc…

Precipicio profundo:
¿escuchas mi costado?
Mi rescoldo — sangre final.
Más sincero —que cualquier poema.

¿Has entrado en calor? ¿Con quién
te irás, a quién te alquilarás
mañana? Dime que no es cierto,
dime que el puente no tiene ni tendrá

fin…
      —Fin.


                     ***


—¿Aquí? —El gesto, de niños…
—¿Entonces? De acuerdo, lo acepto…
Un momento todavía:
por última vez.


9.

A través de fábricas ruidosas,
vibrantes por el eco de la voz,
lo más íntimo, lo que la lengua calla
te diré —secreto que ante los maridos

las mujeres y las viudas ocultan.
Lo que Eva conoció por el árbol
y silenció: que yo no soy sino
un animal herido en el vientre.

Que abrasa. Como si me arrancaran
la piel con el alma. Se esfumó en aire
la herética y absurda insensatez
a la que dimos el nombre de alma.

Desmayo, plaga, cristiano mal
—ponedle paños calientes, si queréis:
nunca ha existido. Se complacía
en seguir estando vivo

sólo el cuerpo. Y ya no quiere.


                       ***


Perdóname. No quería.
Es grito de entraña devastada.
Así esperan los condenados
su ejecución al alba,

jugando al ajedrez. Risa
burlona el ojo del vigilante.
Somos los peones de un tablero
y alguien va jugando con nosotros en él.

¿Dioses buenos? ¿Malignos? ¿Quién?
Todo el horizonte es el ojo del vigilante.
Ruido metálico. Pasillo sangriento.
Ya se ha acabado el juego.

Un cigarrillo por última vez.
Y escupir —ah vida, vida.
Escupir. Al borde del tablero,
Abierto está el camino —desangrarse—.

a la huesa. Te miro de reojo.
Es la luna un ojo secreto que vigila.

—Qué lejos estás ya.


10.


Escalofrío. A la par,
juntos. —Nuestro café.

Nuestra isla, templo
donde cada mañana, casi amanecida

—gentuza, pareja de unas horas—
veníamos a rezar.

Dentro —desorden y olor agrio,
adormilados, en primavera…
Seguro que era de avena
aquel café sin sabor.

(¡Con avena doman el ardor
de los caballos.) No era
de Arabia, no: de Arcadia
era aquel aroma

del café…

Y cómo sonreía
la dueña, tan amable,
cuando nos sentaba juntos—
con qué placidez

de un amante de pelo cano.
Como si dijera: —¡Vivid!
también os marchitaréis—.
La cartera vacía, el arrebato,

nuestros bostezos al unísono
la hacían sonreír. Y sobre todo
la juventud. Las mejillas tersas,
la risa sin motivo —éramos

la juventud. Pasiones no muy
corrientes en estas tierras
de climas crudos.
¿De dónde las traía el viento

hasta el lívido café?
—Túnez, Marruecos… Músculos
y anhelo bajo la ropa triste.
¿Desde dónde venían?

(Querido, no me lamento:
son nuestras cicatrices.)
Afable compañera,
con la cofia de hilo

planchada a la holandesa…


                     ***


Entreveo, evoco casi sin comprender.
Como si nos hubieran echado del festín.
—¡Nuestra calle! —¡Cuántas veces nosotros…!
¿Nuestra? Ya no. ¿Nosotros? Ya no.

Por el oeste saldrá el sol
mañana. Habrá de hacer la guerra
contra Yaveh, David.
¿Cuál será nuestra gesta? —Ruptura.

La palabra más absurda:
Rupt-ura. ¿Una entre mil?
Un muro de siete letras:
y tras él, el vacío.

¿Serbio, croata? ¿En qué lengua?
¿Se mofa de nosotros la lengua checa?
Rupt-ura. Separación…
Qué sinsentido inacabable.

Sonido terrible, revienta los oídos
y apura la angustia dentro…
Ruptura. No es en ruso,
ni parece femenino o masculino.

Ni sagrado. ¿Qué somos
—ovejas que bostezan
Después de pastar? ¿Cómo?
¿Qué significa separación?

Carece de sentido, es sonido hueco
—cuando una sierra corta el sueño.
Separación: escuela poética de Jlébnikov:
lamento de ruiseñor,

                             canto de cisne. ¿A qué fin?
El aire —cuando se acaba en la mina.
—La mano en la mano se siente temblar.
Ruptura —un rayo en el cráneo.

El mar arrastrando el barco
En el último cabo de Oceanía.
¡Estás callejuelas estrechas, tan empinadas!
Separarnos es yacer al pie

de la montaña. Ahogo y dos suelas
pesadas —la palma de la mano y su clavo.
Es claro, deducción evidente: separarse es ya no
compartir.

               Mas fundidos quedamos tú y yo…


11.


Perderlo todo de un golpe,
un tajo limpio.
Suburbio, arrabal:
El día se acaba…

Se acaba la ternura —piedras—,
las casas, los días y nosotros —se acaban.

Mansiones vaciándose: las honro
como a una madre anciana.
Porque vaciarse —madre— es acción:
lo vacío no se puede vaciar.

(Mansiones medio vacías, mejor sería
que os quemaran.)

Que un gesto rudo
no abra la herida.
Suburbios, arrabal.
costura que se rompe.

Sin desmesura verbal,
el amor es sutura.

Sutura: ni venda ni escudo
—no pidas ayuda—.
Sutura: el muerto cosido al suelo
como yo cosida a ti.

(Con qué hilo, lo ha de decir el tiempo,
si endeble o fuerte.)

De cualquier modo, querido
mío, aunque la sutura se ha abierto,
esta herida no supura
podredumbre infecciosa.

Debajo de las bastas,
venas vivas, sangre roja.

Quien rompe no pierde.
Oh arrabal,
suburbio, divorcio seguro
de dos frentes.

Cerebros al aire,
patíbulo de las afueras.

Nunca pierde quien rompe
y huye al alba. Yo en la noche
me he cosido a ti
toda una vida sin bastas.
Perdona si no iba atinada.
Arrabal: ruptura de suturas.

Almas descosidas,
múltiples heridas
barrio, suburbio,
amplia es la sima

del arrabal. ¿No oyes el zapato
del destino en el barro limoso?
Es rápida mi mano, amado,
y vivos los hilos,

fuertes. No quebrarán.
Es éste el último farol.


                 ***


—¿Aquí? —Ahora me mira.
Mirada sometida
de súbito complot.
—¿A la cima? Por última vez.


12.


Espesa crin.
Lluvia en los ojos. Cerros.
El arrabal, atrás.
Estamos fuera de la ciudad.

Ser: no ser. Qué más da.
Madrastra y ya no madre:
ya no hay adonde ir.
Moriremos aquí.

Campos. Algún vallado.
Somos hermana y hermano
y la vida un arrabal
—ya fuera de la ciudad.

Señores: el juego
está perdido.
Sólo existen arrabales,
¿Dónde estarán las ciudades?

Arrasa el diluvio todo
—enfurecido.
Solos, de pie, tú y yo:
ruptura. ¿Será como al pobre Job

que Dios nos quiere probar?
—Juntos, en tres meses, sólo
Esta vez. Y en vano.
Ya estamos extramuros.


                      ***


Extramuros. Mira: fuera de la ciudad.
Hemos pasado la frontera. La vida:
Este lugar donde no es posible vivir.
Así, el gueto judío.

¿No es más digno andar errante
como un judío? A los ojos
de quien no se ha hecho un bribón.
el pogrom es la vida.

Vida de los renegados,
de los conversos devotos:
antes el infierno, las islas
mortales de los leprosos.
La vida que se ofrece a los conversos
—la del matarife a la oveja.
El derecho al permiso de residencia
lo desprecio, lo arrojo —lejos de mi.

Venganza pides, escudo de David,
por esa abducción de los cuerpos,
¿o no han querido vivir
los judíos? Oh embriaguez:

terraplén, foso —¿gueto de élites?—.
Sin piedad. Si es éste
un mundo cristiano,
los poetas somos judíos.


13.


Como la piedra afila el cuchillo,
como se desliza el serrín al barrer,
así, aterciopelada, la piel
húmeda súbitamente en los dedos.

Oh dobles —coraje, sequedad—
de los hombres, ¿dónde estáis,
si en mis palmas hallo lágrimas
y no lluvia?

                El agua es de la fortuna,
¿qué más podría desear?
Si tus ojos son diamantes
que se vierten en mis palmas,

ya no pierdo
nada. Fin del fin.
Caricias, caricias
—acaricio tus mejillas.

Somos así, orgullosas
y polacas –Marina-,
cuando en mis manos llueven
ojos de águila:

¿lloras? Mi amor,
mi todo: perdóname.
Trozos de sal
caen en mis palmas.

Llanto de hombre, veta
que en la cabeza retiembla.
Llora. Otra te devolverá
la vergüenza que te hice dejar.

Somos dos peces
del mis-mí-si-mo mar.
Dos conchas muertas
labio contra labio.


              ***


Todo lágrimas.
Sabor
a armuelle.
—¿Y mañana
cuando
despierte?


14.


Senda de ovejas—
bajamos. Ruidos de la ciudad.
Tres chcias se acercan.
Se ríen. De las lágrimas

ríen, como bobas,
como ola
             del mar,
de las imposibles

lágrimas de hombre —tan visibles
pese a la lluvia. Dos llagas,
dos indignas perlas,
infamantes para el bronce
del guerrero. Tus primeras
y últimas lágrimas
                          —oh derrámalas—,
lágrimas perlas
de mi corona.

Altiva las miro —como a lluvia
En la lluvia— y les hablo:
                                    —fijaos
bien, muñecas de Venus,
vínculo es éste más íntimo

que el deseo
y que un anillo de boda.
El Cantar de los Cantares
nos prestará su voz,

y Salomón se inclinará
ante nosotros, pájaros
desconocidos, porque llorar
juntos es mucho más que un sueño.


                       ***


Cabizbajo, y solo, y oscuro
—silencioso, sin rastro—
en las olas de niebla se funde
como se hunden los barcos.



Praga, 1 de febrero de 1924
Jíloviste, 8 de junio de 1924

No hay comentarios:

Publicar un comentario

NO HAGO PÚBLICOS LOS ANÓNIMOS. ESCRIBE TU NOMBRE DESPUÉS DEL COMENTARIO.