Imagen tomada de Stellarium. Ampliadla para verla con detalle. |
Estaba hace poco tiempo con la Biblioteca mitológica, fuente primaria y obra de consulta indispensable para cualquiera que esté interesado en la mitología griega, cuando tropecé con la historia de Asclepio y la pertinaz insistencia de los dioses en su comportamiento caprichoso e iracundo. Ahí se nos cuenta cómo Apolo se hizo amante de Corónide, aunque la muchacha estaba enamorada de Isquis. La cuestión es que el dios tiene que acudir a Delfos y dejó a un cuervo para que la vigilara.
En aquel tiempo los cuervos eran blancos como la nieve. Y aquel espía de albo plumaje no fue todo lo diligente que el dios esperaba. Apolo, que ya sabía del engaño amoroso, maldijo al pobre cuervo por no haber arrancado los ojos a Isquis cuando se acercó a Corónide y transformó su plumaje en negro. Todos sus descendientes han sido negros desde entonces.
Desde luego, la leyenda ni se ocupa del plumaje de los cuervos ni tiene la intencionalidad de hablarnos de ellos. Se ocupa de la vida y milagros del divino Asclepio —el Esculapio latino—, hijo de Apolo. Sin embargo, siempre me ha llamado la atención esa obsesión por el castigo que aparece en todas las literaturas antiguas, e incluyo en el término literatura los mal llamados libros sagrados.
Hasta la aparición de las literaturas modernas en el siglo XVI, la voluntad de los dioses —y sus representantes en la tierra, los reyes— se mueve compulsivamente, empujada por un rencor infantil y un autoritarismo caprichoso propio de las primeras etapas del desarrollo moral. Más intolerantes aún son los personajes de las literaturas monoteístas, tan excluyentes ellas y tan radicales en la proclamación de la verdad absoluta. Al menos el autoritarismo pagano siempre estaba dispuesto a aceptar los otros paganismos.
A mí los cuervos me caen bien, sean tan inteligentes o no como algunos experimentos parecen afirmar. Me parecen elegantes e independientes, dos cualidades que aprecio mucho. Incluso me gusta el color negro, al que no asocio ninguna de las simbologías negativas que culturalmente se le asignan, excepto cuando se refiere a la vestimenta de ese color que los oficiantes de las religiones monoteístas utilizan.
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