Aquí tenéis este cuentecillo del filósofo, matemático y activista, B. Russell. Aparece recogido en su ensayo Realidad y ficción, Aguilar, 1962. La traducción es del ya desaparecido periodista, escritor y traductor Amando Lázaro Ros.
El eminente teólogo doctor Thaddeus soñó que estaba muerto y se dirigía al cielo. Sus estudios le habían preparado y no tuvo ninguna dificultad para encontrar el camino. Llamó a la puerta del cielo y se encontró con un escrutinio más meticuloso de lo que esperaba.
El eminente teólogo doctor Thaddeus soñó que estaba muerto y se dirigía al cielo. Sus estudios le habían preparado y no tuvo ninguna dificultad para encontrar el camino. Llamó a la puerta del cielo y se encontró con un escrutinio más meticuloso de lo que esperaba.
—Solicito la admisión —explicó— porque he sido un hombre de bien y he dedicado mi vida a la gloria
de Dios.
—¿Hombre? —dijo el
portero—. ¿Qué es eso? Y ¿cómo es posible que una criatura tan ridícula como tú
haga algo para promover la gloria de nadie?
El doctor Thaddeus se
quedó perplejo.
—No es posible que
desconozcas al hombre. Debes saber que el hombre es la obra suprema del
Creador.
—Lamento herir tus
sentimientos —dijo el portero—, pero lo que dices es nuevo para mí. Dudo que
nadie de los que estamos aquí haya oído jamás hablar de esa cosa que llamas
"hombre". Sin embargo, puesto que pareces afligido, tendrás la
oportunidad de consultar a nuestro bibliotecario.
El bibliotecario, un ser
globular con mil ojos y una boca, bajó algunos de sus ojos hacia el doctor
Thaddeus.
—¿Qué es eso? —le
preguntó al portero.
—Eso dice ser miembro de
una especie llamada "hombre" que vive en un lugar de nombre
"Tierra". Tiene la curiosa idea de que alguien se interesa
especialmente por ese lugar y esta especie. Pensé que quizá podrías ilustrarle.
—Bueno —dijo amablemente
el bibliotecario al teólogo—, tal vez puedas decirme dónde está ese sitio que
llamas "Tierra".
—Forma parte del Sistema
Solar.
—¿Y qué es el Sistema
Solar? —preguntó el bibliotecario.
—Pues.. —replicó el
teólogo— mi campo era el conocimiento sagrado y lo que preguntas pertenece al
conocimiento profano. No obstante, he aprendido lo suficiente de mis amigos
astrónomos para poder decirte que el sistema solar forma parte de la Vía
Láctea.
—¿Y qué es la Vía Láctea? —preguntó el bibliotecario.
—Es una de las galaxias,
de las que, según me han dicho, existen unos cien millones.
—Bueno, bueno —dijo el
bibliotecario—. No esperarás que recuerde una entre un número tan elevado. Pero
sí recuerdo haber oído antes la palabra "galaxia". De hecho, creo que
uno de nuestros bibliotecarios auxiliares está especializado en galaxias.
Llamémosle y veamos si puede ayudarnos.
Poco después se presentó
el bibliotecario auxiliar galáctico, que tenía la forma de un dodecaedro. Era
evidente que en otro tiempo su superficie había sido brillante, pero el polvo
de los estantes le había vuelto mortecino y opaco. El bibliotecario le dijo que
el doctor Thaddeus, al esforzarse por explicar su origen, había mencionado las
galaxias, y confiaban en que sería posible obtener información al respecto en
la sección galáctica de la biblioteca.
—Bueno, —dijo el
bibliotecario auxiliar—, supongo que sería posible con el tiempo, pero como hay
cien millones galaxias y a cada una le corresponde un volumen determinado.
¿Cuál desea esta extraña molécula?
—Es la galaxia llamada
Vía Láctea —dijo titubeante el doctor Thaddeus.
—De acuerdo —concluyó el
bibliotecario auxiliar—. Lo encontraré, si es que puedo.
Unas tres semanas
después regresó y dijo que el fichero extraordinariamente eficaz de la sección
galáctica le había permitido localizar la galaxia como la número QX 321.762.
—Hemos empleado a los
cinco mil funcionarios de la sección galáctica en esta investigación. ¿Desea
ver al funcionario encargado especialmente de la galaxia en cuestión?
Llamaron al funcionario,
que resultó ser un octaedro con un ojo en cada superficie y una boca en una de
ellas. Estaba sorprendido y deslumbrado al verse en una región tan brillante,
lejos del umbrío limbo de sus estanterías. Se sobrepuso y preguntó con timidez:
—¿Qué desean saber
acerca de una galaxia?
El doctor Thaddeus se lo
explicó:
—Quiero informarme sobre
el Sistema Solar, una serie de cuerpos celestes que giran alrededor de una de
las estrellas de su galaxia. La estrella en cuestión se llama "Sol".
—Hum —dijo el
bibliotecario de la Vía Láctea—. Ha sido bastante difícil encontrar la galaxia
precisa, pero encontrar la estrella precisa en la galaxia es mucho más difícil.
Sé que hay unos trescientos mil millones de estrellas en la galaxia, pero mis
conocimientos no me permiten distinguir una de otra. Creo, sin embargo, que
cierta vez la administración pidió la lista completa de los trescientos mil
millones de estrellas y sigue guardada en el sótano. Si cree que merece la
pena, emplearé a un grupo especial del Otro Lugar para que busquen esa estrella
en particular.
Convinieron que, como la
cuestión se había planteado y era evidente que el doctor Thaddeus estaba
angustiado, siendo en principio interesante que un ser tan rudimentario se
presentase de improviso, sería lo mejor que podían hacer.
Varios años después, un
tetraedro muy cansado y desalentado se presentó ante el bibliotecario auxiliar
galáctico y le dijo:
—Por fin he localizado
esa estrella particular sobre la que se han pedido informes, pero no entiendo
por qué ha despertado el menor interés. Tiene un gran parecido con muchas otras
estrellas de la misma galaxia. Es de tamaño y temperatura medios y está rodeada
por otros cuerpos mucho más pequeños llamados "planetas". Tras una
minuciosa y microscópica investigación, he descubierto que por lo menos algunos
de esos planetas tienen parásitos, y creo que esta cosa que ha solicitado los
informes debe de ser uno de ellos.
Al llegar a este punto,
el doctor Thaddeus rompió en un apasionado e indignado llanto:
—¿Por qué, decidme, por
qué el Creador nos ocultó a los pobres habitantes de la Tierra que no fuimos
nosotros quienes le incitaron a crear los Cielos? Durante mi larga vida le he
servido con diligencia, creyendo que se fijaría en mis servicios y me recompensaría
con dicha eterna. Y ahora parece que ni siquiera tenía conocimiento de mi
existencia. Me decís que soy un animalículo infinitesimal en un pequeño cuerpo
que gira alrededor de un miembro insignificante de un grupo formado por
trescientos mil millones de estrellas, que sólo es uno entre muchos millones de
tales grupos. ¡No puedo soportarlo, y ya no me es posible adorar a mi Creador!
—Muy bien —dijo el
portero—. Porque no hay ningún Creador que adorar, ya que la ilimitada cavidad
del Universo es eterna, nada la creó, y todo lo que ves no ha surgido más que
de la combinación aleatoria entre los elementos primordiales. Aunque tú, triste
homúnculo, en el Gran Libro de la Naturaleza, debes de ser una insignificante
errata, con la que no deberíamos haber perdido ni un ápice de nuestra enorme
duración temporal.
En aquel momento se
despertó el teólogo.
—El poder de Satán sobre
nuestra imaginación, durante el sueño, es aterrador —musitó.
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