Tal vez sea cierto eso de que los escritores siempre escriben sobre un mismo tema. O tal vez no. Lo cierto es que sea el tema que sea el que aparezca en el relato, la vida es otra cosa. Ni mejor ni peor, es otra cosa. En la novela la vida es más inteligible, más manejable, más coherente —Vargas Llosa. Elogio de la educación—.
Sí, puede ser que Rivas nos esté recordando en todas sus obras lo frágil que es la vida, lo mucho que cuesta mantenerla a flote y la cantidad de peligros que la rodean, peligros todos ellos muy tangibles, muy históricos y tan materiales como un arma o un fajo de dinero. Ulises perdido en el inescrutable océano.
Pero para eso están los escritores, para mostrarnos la vida en un lienzo manejable e inteligible, para ofrecernos la cartografía actualizada con la que poder echarnos a la mar sin temor a perdernos. Como dice el lema: Leer es vivir más. Ocurre que difícilmente somos capaces de aprovechar las experiencias de los otros, y que cuando somos capaces, empezamos a dejar de tener experiencias realmente valiosas. Pero ese es otro tema.
A mí, en todo caso, me gusta cómo cuenta Rivas y me gusta dejarme envolver por el realismo cariñoso de sus personajes. Y en El último día de Terranova hay un buen puñado de personajes entrañables y dignos de ser queridos. El tío Eliseo me parece fantástico. La librería Terranova, también.
Recuperación de la memoria a través de los libros que una pequeña y resistente librería vende o se deja robar. Recuperación de la memoria a través de una novela que nos cuenta la historia de una librería que resiste. Recuperación de la memoria y posicionamiento y mapa de rutas que nos advierte de los múltiples peligros que el dinero y las dictaduras nos tienden.
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