Poner orden y racionalidad en el conocimiento es tarea difícil pero necesaria. No siempre lo que creemos saber, lo que damos por objetivo, exacto y real es así. Unas veces, porque hemos realizado mediciones incorrectas, porque hemos utilizado un método inadecuado, porque partimos de hipótesis falsas, porque mezclamos datos que pertenecen a ámbitos incompatibles... Otras veces, y esto suele ser lo que ocurre más a menudo, porque la investigación que llevamos adelante está impregnada de nuestras propias emociones, creencias y opiniones.
Mario Bunge (Argentina, 1919) es uno de esos investigadores sociales que trata de poner orden en el conocimiento para que este sea lo más racional posible y no llegue a conclusiones erróneas. En esta tarea ha empeñado sus mejores esfuerzos y toda su vida como ensayista, desde que publicó en 1960 La ciencia, su método y su filosofía.
Tal vez porque se maneja muy bien tanto en el ámbito estrictamente científico como en el humanístico —se doctoró en ciencias físico-matemáticas y estudio ciencias sociales y filosofía por su cuenta— sea por lo que preconice el sistemismo, con el que intenta evitar la fragmentación del conocimiento y busca la colaboración de todas las especialidades para poder ofrecer una mejor respuesta ante cualquier problema planteado.
Como investigador racionalista que es, Bunge se ha ocupado durante mucho tiempo de limpiar los aledaños de la ciencia de lo que en muchas ocasiones pasa por tal, pero no lo es, y ha criticado con denuedo las malas prácticas pseudocientíficas.
Esto, sin embargo, no quiere decir que sea un pensador que solamente tiene en cuenta la materia o algo por el estilo. Quiere decir, simplemente, que intenta tener en cuenta todos los aspectos posibles que intervienen en el problema, pero sin caer en el subjetivismo verborréico. Tomo un ejemplo de su libro Mitos, hechos y razones (p 121-122).
Nuestro segundo problema es de actualidad política: ¿qué hacer para aumentar la demanda en tiempos de recesión? Ya conocen las recetas mágicas: rebajar precios, impuestos o tasas de interés; o incrementar la publicidad, hacer obras públicas, o incluso recurrir a un milagrero. Cada cual preconiza alguna de estas medidas. Los keynesianos favorecen las obras públicas; los monetaristas, el control circulante, y los neoliberales (o paleoconservadores), la rebaja del impuesto a los réditos (...).
Algunas de estas medidas pueden dar resultados parciales y transitorios. Pero ninguna de ellas puede resolver por sí sola el problema a largo plazo. Este tipo de solución sólo se alcanza implementando todo un paquete o sistemas de medidas, unas micro y otras macroeconómicas, y otras políticas. Entre ellas pueden figurar el abaratamiento de los bienes de consumo y el aumento del poder adquisitivo de los consumidores, lo que a su vez se logra creando puestos de trabajo, disminuyendo la jornada laboral y subiendo el salario mínimo.
En todo caso, los problemas sistémicos, como son las crisis llamadas estructurales, requieren soluciones sistémicas. Más aún, exigen planes que cuenten con apoyo popular, para lo cual se debe empezar por debatirlas en foros populares. Las improvisaciones y las órdenes de arriba están condenadas a fracasar.
Para por si acaso, debo advertir que este texto se publicó en 2004. Es anterior a la crisis económica en la que estamos inmersos.
Más que recomendable es, por ejemplo, el capítulo dedicado a Ciencia e ideología, en el título de 1980 Ciencia y desarrollo, reeditado, ampliado y corregido en 2014 con el título de Ciencia, técnica y desarrollo.
Un autor para aclarar las ideas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Este blog es personal. Si quieres dejar algún comentario, yo te lo agradezco, pero no hago públicos los que no se atienen a las normas de respeto y cortesía que deben regir una sociedad civilizada, lo que incluye el hecho de que los firmes. De esa forma podré contestarte.