Heidegger dejó escrito que el lenguaje era la casa del ser. Su alumna, Arendt, que al final lo que nos queda es la lengua materna. Millás va un poco más allá y afirma que el lenguaje nos usa para apretar o aflojar los tornillos de la realidad, para cortar los cables del mundo, para serrar las cañerías del universo.
Pero que nadie se asuste, La mujer loca es una novela, no una reflexión técnica acerca del lenguaje. Por ella desfilan personajes tan divertidos como Julia, una chica a la que se le aparecen palabras y frases (aquí podéis leer el primer capítulo) para que las cure; el mismo Millás que se desdobla y acude a unas sesiones de psicoanálisis en busca de sí mismo; Emérita, enferma terminal y poseedora de una gran historia...
Millás tiene la habilidad de introducirnos en un mundo absolutamente cotidiano que no deja en ningún momento de ser extraordiario. De ahí surge la extrañeza, la sonrisa y la desorientación. Y entre golpe de azar y seducción narrativa, nos va presentando a las personas porquesí y porqueno, o nos va dejando afirmaciones geniales como que la ficción es la metadona de la realidad.
La novela, sin duda, puede ser una droga legal que nos alivie en muchas ocasiones de la angustiosa realidad.
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