Perséfone, hija de Deméter (diosa madre, diosa de la agricultura), es raptada por el señor del inframundo, Hades. La madre, profundamente entristecida, vagó por la tierra en busca de su hija, pero sin conseguir encontrarla. Como consecuencia de la tristeza y angustia de Deméter, la tierra dejó de producir, quedó yerma. Finalmente, y después de un acuerdo entre los dioses, Perséfone pasará medio año con su madre y el otro medio con Hades, de quien se convirtió en su esposa. En recuerdo del mito, las mujeres de la antigua Grecia, salían con antorchas durante la noche del 1 al 2 de febrero para ayudar a la madre a encontrar a su hija.
Más tarde, los romanos hicieron suya la tradición y también iluminaban las calles con antorchas en honor de Februa (de ahí febrero), madre de Marte, para que el dios de la guerra les protegiese de los enemigos. Además, ofrecían sacrificios en honor de Plutón (Hades) para que éste se portase bien con sus familiares muertos (manes). Todo esto se unió con las fiesta lupercales, fiestas en las que, entre otras cosas, los sacerdotes encargados del culto a Luperco corrían semidesnudos por la Via Sacra golpeando con correas hechas de piel de cabra a las mujeres que salían a su paso porque así, creían, se aseguraban la fertilidad.
La Iglesia católica, por medio del papa Gelasio I (556-561), para reemplazar este tipo de festejos, instauró la fiesta de la Candelaria, día en que se bendecían las candelas que serían utilizadas a lo largo del año. Posteriormente, Gregorio I (590-604) nombró ese día como el de la Purificación de María. Así quedaban unificados los ritos de la purificación y de la fertilidad.
Más información:
- Himno homérico a Deméter.
- Fiestas lupercales (en francés).
- El origen de las fiestas. Domingo Domené. Laberinto, 2010.
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