Un fantasma recorre el planeta: el fantasma de la
Indignación. Desde hace más de un año, la ciudadanía del mundo entero ha roto su
silencio y ha salido a la calle a reclamar sus derechos. Desde Túnez a la Plaza
Tahrir, de Madrid a Reijkiavik, desde Nueva York a Bruselas, de Atenas a Moscú,
los pueblos del mundo hemos impulsado un gigantesco tsunami de libertad que se
ha ido plasmando en la Primavera Árabe o en la Revolución islandesa, en la
indignación del 15M o la Ocupación de Wall Street. Todos unidos, hemos
denunciado el estado actual del mundo. Nuestro esfuerzo ha servido para decir
¡basta ya! a escala mundial, y comenzar a forzar cambios. Cambios en los que
debemos seguir avanzando.
Es por ello que seguimos, libre y fraternalmente, haciendo
oír nuestra voz. En nuestro día a día estamos amenazados por mil problemas
como el desempleo, la dificultad para llegar a fin de mes, los desahucios, los
recortes, la reforma laboral, los incrementos en las tasas universitarias o el
acoso legal a la población inmigrante. Y ya estamos hartos. Hartos, además, de
la impunidad y corrupción de una clase política que no nos representa.
Por todos estos motivos, hace ya un año salimos a la calle
bajo el lema “no somos mercancía en manos de políticos y banqueros”,
denunciando que la actual distribución de los recursos económicos es tal
que sólo una minoría muy exigua acabará escapando a la pobreza o la precariedad.
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